sábado, 30 de septiembre de 2006

El Misterioso Lago Leopoldo

Foto Gustavo Marcano



El Misterioso Lago Leopoldo
Septiembre 2006

Participantes: Marta Matos, Grisel Urdaneta, Edilia C. de Borges. Guía: Carlos Silva. Robinson Silva (motorista) y Martín Perdomo (porteador).
Fotografías: Marta Matos


Sentada alrededor de una fogata, por allá, perdida en un rincón a la orilla del majestuoso río Orinoco, a mis instancias por conocer nuevos sitios, oigo por primera vez de boca del taciturno amigo Carlos, indio piaroa y guía baquiano de ésta mi última expedición, un nombre mágico : “El Lago Leopoldo”. No agregó mucho, sin embargo con lo poco que dijo me fue suficiente para que yo en mi fuero interno dijese: ..Será mi próximo viaje..He de conocer este lago. Y así fue.
De regreso ya en Caracas, pasaron dos semanas y ya había entusiasmado a unas amigas y heme aquí que el día 7 de septiembre ya viajaba de nuevo al estado Amazonas, en compañía de ellas.
La logística de nuestro viaje era el navegar en una embarcación apropiada y caminar aún más entre la intrincada selva amazónica. Recorreríamos parte de la Reserva de Biosfera contentiva de valiosos recursos naturales renovables, especialmente hídricos y asiento de comunidades indígenas ancestrales. Recónditos parajes.

A las 9 de la mañana del día viernes ya estábamos embarcando en Pto. Samariapo. Éramos cinco, había que pasar buscando, río arriba, al porteador.
Esta vez nuestro bongo era más pequeño, pero más veloz- suficiente- bien pertrechado con alimentos, combustible, enseres y todo lo necesario. Partimos ya bien avanzada la mañana, eran las 10.45 y el sol calentaba con fuerza.
Nuestra primera parada fue en Calderos, a un costado del ancho río, escondida, una cascada nos atrae con promesas de frescor. Mientras Carlos prepara un ligero almuerzo, nosotras nos bañamos en el agua fría del río con lecho de lajas de piedras. Luego del refrescante baño y delicioso almuerzo, proseguimos la navegación por un largo tiempo hasta llegar al que sería nuestro primer campamento: Atubi, a orillas del río Autana. Noche tranquila y reparadora.


Al día siguiente ya a las 9 de la mañana navegábamos en busca de Martín y posteriormente en pos del Caño Manteco. (llamado así por un pez cuya cabeza tiene mucha grasa). Un laberinto de aguas dentro de una selva virgen no perturbada por el hombre. Los majestuosos árboles están por lo general bien espaciados y el matorral bastante diseminado como para permitir el paso a pié sin mayores problemas. Vana ilusión, sólo en verano tal vez, porque la vegetación de esta selva nublada no se resiente por los cambios estacionales de época lluvia-sequía. No, acá las nubes durante todo el año muestran un alto nivel de humedad.


Vamos en silencio apenas roto por ademanes señalizando algo, el sonido imperceptible del botón de las cámaras fotográficas, el ronroneo del motor, el chapoteo de un pez al saltar. El gran espejo de agua se rompe en círculos concéntricos cuando cae en ella una hoja. La magnitud del ambiente que nos rodea, cercados por todas partes por paredes vegetales impenetrables, a veces forman hasta un techo, lo angosto de la vía de agua apenas permite el paso. Crea en nosotras la idea de seres pigmeos ante la exuberante naturaleza.

Los árboles extienden sus ramas gruesas, Martín y Robinson se turnan con el machete y el hacha y desde la cubierta del bongo, cortan y abren un boquete para poder pasar la embarcación. Este clima lluvioso de selva típica amazónica, nos hace transpirar a chorros. Estamos pegajosas. Sumerjo la mano en el agua y con ella salpicó mi cara para aliviar un poco el calor. No se siente brisa, hay mucha sombra por suerte, pero el aire se detiene con la barrera vegetal.
Varias horas navegamos por aquel enmarañado caos. Algunas veces sorpresivamente caemos en una laguna ancha (le pusimos nombre a todas) para de nuevo volver a estrecharse el curso. Al fin salimos de allí. Navegamos todavía mucho tiempo más hasta que llegamos al Raudal de Merey, hasta acá solamente llega el bongo.

Los rápidos que comienzan desde aquí hasta mucho más arriba en el río, impide la navegación. Estamos muy lejos de la última churuata que vimos, nada sugiere la presencia del hombre. Ahora comienza la aventura que tanto he esperado, la caminata por la selva. Nuestro equipaje pesado se queda acá, bien resguardado en el bongo amarrado, fuera de la vista. Nos llevaremos sólo lo indispensable.
Mientras los compañeros recogen los enseres, nosotras nos equipamos con repelente, guantes, bastones, una fina gasa para proteger la cara de los “bichitos”. Parece que vamos a la guerra, y si a ver vamos así es, vamos a enfrentarnos con lo desconocido en aquella selva. Estamos, al menos yo, ansiosa y en expectativa de lo que podamos encontrar.
La senda, solamente visible para el guía, por un buen rato va a un costado del río, le oigo bramar en los rápidos (hay muchos y fuertes) o lo veo deslizar suavemente en aguas calmas, claro cuando la vegetación corta me lo permite .
Una hermosa flor roja (heliconia) solitaria, llama mi atención, destaca en las infinitas tonalidades de verdes que la rodean, solo rota a veces por trechos de arena rosada del terreno cerca del río. A veces serpenteamos pantanos donde se hunden nuestras botas, o cruzamos riachuelos que alimentan al gran río. Los animales son escasos. Una que otra mariposa, un leve pitido en lo alto de un árbol, sapitos mineros que saltan cual resortes.
El camino se sale del monte y brincamos ahora por sobre grandes piedras en la orilla del río y pasado esto, llegamos a la base de la montaña donde se esconde Leopoldo, el Caño Zorro, acá pernoctaremos. No es muy grande el espacio, pero “apretujaditos” nuestros chinchorros están confortables. Pegada a la piedra se “monta la cocina” y un poco más allá el dormitorio masculino.

Mientras “ellos” “acomodan los bártulos y cocinan”, nosotras bajamos al río, a la cascada. Escalonada y muy ancha, el piso de piedra está resbaladizo. Como “taras” saltamos de roca en roca y nos sentamos de espalda a los chorros de agua que nos masajean y revitalizan con energía. Que ricura de agua, que delicia. Si no me llaman para la cena, todavía estuviese allí….

Mohinas dejamos nuestro placer acuático y nos fuimos a dar fin a la caliente y apetitosa cena. Esa noche nuestro dormitorio tuvo como techo, la luna llena y las estrellas, el rumor del río fue la canción de cuna. Los piaroas saben muy bien, cuando no va a llover . Dulces sueños.
Después del desayuno y con mucha precaución atravesamos el río. Concentrada nuestra atención sobre el objetivo único de nuestra aventura: el lago. Aún mas intrincada la vegetación abruma y atosiga. Helechos se entremezclan con palmas, plantas epifitas con la decorativa familia de las orchidaceas, bromeliaceas de diferentes especies, que gracias a la conjunción de sus altas y erectas hojas facilitan la entrada y retención del agua de lluvia, formando una jarra que en ocasiones ha servido para sacar de apuros a sedientos caminantes.
Caminamos y caminamos selva, agua, selva. Trechos planos que van ascendiendo lentamente. En la subida piso con cuidado para no caer en las grietas entre piedras y piedras en que se ha transformado el sendero. Llegamos a lo alto de un desfiladero, allí como adrede, unas rocas son asiento de palco principal para el espectáculo que se nos presenta: Premio Mayor. Desde donde estamos la vista del lago es espectacular, emocionante. Cual en un cráter el lago es una verdadera joya esmeralda estrujada en un estuche de terciopelo. Brilla irisdicente. Desde lo alto del desfiladero contemplo con estupor extasiado aquella bellezura en todo su esplendor.

Es el único de la Cuenca del río Cuao, exceptuando las lagunas alargadas o en forma de herradura que forman algunos meandros. Se descubrió durante una expedición patrocinada por el rey Leopoldo de Bélgica hacen mas de 50 años. Aproximadamente tiene 400 m. de longitud por 270 de ancho. Hasta posee una palma con su nombre: la famosa Leopoldina piassava, chiquichiqui , 1952. Que se sepa solo algunas expediciones científicas extranjera una y venezolanas otras, han llegado hasta ahí y han logrado hacer mediciones , en medio, el lago tiene 84 m. de profundidad, han retirado muestras botánicas etnólogos, biólogos, geógrafos. Sus aguas son consideradas muertas, por no haber allí peces de gran tamaño. Se alimenta y escurre subterráneamente, a la vista no se aprecia afluente alguno.

Nuestro deseo de tocar el agua, nos impulsa a bajar rapidamente el ultimo trecho. La bajada es pronunciada hasta llegar al “hotel” de piedra. Es el único sitio donde podremos montar el campamento resguardado y sin peligro. Un pasaje largo y estrecho, atrás altas paredes de roca, cuyos salientes firman un techo y su oquedad una cueva poco profunda. Limpio de vegetación. Existen unas vigas de troncos de árboles que sirven para colgar los chinchorros, Carlos las colocó en viaje anterior. Una nube de abejas amarillas, cubre mi camisa obscura y mi morral formando densos pegostes, para chupar el sudor perfumado. Molesta su ruido, pero no dañan. Acá solo llegan y acampan los visitantes mas corajudos.
Depositamos nuestros morrales en el suelo y siguiendo a Carlos nos apresuramos a bajar el dificultoso y abrupto barranco, que nos lleva a la anhelada orilla del lago. Con seguridad caminamos por sobre piedras grandes de la orilla. Subimos y bajamos, las rodeamos y al fin la dicha, nos abandona el guía. Es una muy angosta franja de arena rosada. Parcela del paraíso. La majestuosidad del sitio me abruma y desconcierta. Aguas tibias color de té, custodiadas por grandes rocas negras que emergen cual centinelas y forman un circulo no enmoldado en arenas rojizas de la mas fina especie.
Retumba el eco de la alharaca que forman las guacharacas en lo alto de los acantilados que lo rodean,. No las veo.

Cautelosamente nos adentramos en el agua, no se ve donde pisamos y se nos dijo que el piso plano cae de repente en profundidad. Me acuesto en el agua e increíblemente al cerrar los ojos y mientras el agua acaricia mi cuerpo, siento una paz infinita, pareciera que la mano de los dioses me tocara. No hay forma alguna de explicarlo. Una sensación de vida intensa, siento el correr de mi sangre por las venas. Así de bella debe ser la muerte.
Pero de repente el encanto se rompe, pareciera que el lago no quiere que interrumpan su quietud. Inusitadamente el tiempo cambia, el sol inclemente que caía se troca en cielo oscuro .Las aguas se revuelven con fiereza. Nosotras sorprendidas y asustadas, salimos de ellas. Tropezando y corriendo trepamos la cuesta hasta llegar sin aliento al campamento. El viento silba con fuerza y sopla con mas fuerza aun. Las hojas de los árboles se mueven cual fantasmas. Un bando de mariposas amarillas vuela atemorizadas. Nos cambiamos las ropas mojadas y sentadas en los chinchorros observamos la salvaje e imponente belleza de la fuerte lluvia, bajo la mirada seria de los amigos piaroas. Han desaparecido las abejas. Un caliente café nos trae a la realidad. La tormenta amaina.
Una breve cena y nos dispusimos a dormir. Esa noche hasta la luna se asustó. Se escondió.
La mañana amaneció tranquila. El regreso personalmente se me hizo muy corto, por tantos pensamientos que rondaban en mi mente. Emoción, misterios, preguntas, dudas, sorpresas, muchos porqués, dónde, cómo, cuándo. Sentimientos que se conjugaban para acreditarme que tuve la oportunidad de conocer al Leopoldo, el lago Leopoldo que me cautivó y me intrigó desde el principio.

Volveré, claro que volveré.
Nos vemos en la próxima,
Edilia C. de Borges


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martes, 22 de agosto de 2006

AVENTURA EN AMAZONAS

AVENTURA EN AMAZONAS
3/13 Agosto 2006.
Participantes: Corina Fortoul, Adriana Boccalon, Javier Mesa (fotográfo naturalista), Carlos Silva y Miguel Navarro (guías Piaroas), Edilia C. de Borges. Asesor:Alberto Blanco.
Fotografías: Adriana Boccalon, Corina Fortoul y Edilia C. de Borges.

Lo ignoto siempre ha sido para mí como un imán, así que me dejo llevar por mis emociones una vez más y concibo un viaje que colme mis ansias en éste sentido. Y nada mejor para ello que internarme en la alfombra verde e infinita de la selva amazónica, en la más remota frontera del país. Invito a unas a amigas a participar contagiándoles de mi entusiasmo. Ahora sólo resta revisar mapas, buscar asesoramiento, solicitar contactos, investigar transportes y ya, tenemos en negro y blanco un itinerario interesante. Tendremos siete días para ejecutarlo.
JUEVES 3:
Son las 7.30 p.m., nos encontramos en el terminal de autobuses de La Bandera. Luego de sortear aquél “mercado persa” de gente viajera y de forcejear con nuestros bártulos para que cupiesen en el reducido espacio maletero de un armatoste remedo de “bus-cama ejecutivo” (única línea que viaja a nuestro destino en el Edo. Amazonas), al fin logramos instalarnos en sus no muy cómodos asientos, respiramos hondamente, secamos el sudor de la frente y suspiramos profundamente con la esperanza de tener un viaje tranquilo que nos permita dormir durante el trayecto. Vana ilusión. La población flotante en Caracas se moviliza a sus terruños de origen y por ello el tráfico de vehículos de todo tipo es abundante. Para llegar al primer peaje de la salida de la ciudad y así después de éste muchos otros, las “colas” son largas y monótonas.
Con nosotros también viaja un grupo de religiosos de no sé que secta, que les da por “desentonar” himnos y contar parábolas e historias..Me digo para mis adentros: Ya se cansarán, paciencia que el sueño les vencerá y se callarán. Un poco tarde , pero así sucedió. Corina y yo, matamos el tiempo en una conversa amena y agotados los temas decidimos dormir.
Ni cuenta me dí cuando pasamos el Edo. Guárico y ahora en Apure me despierto. Llegamos al primer pase del río: Puerto Páez sobre el Orinoco, hay que atravesarlo en una gabarra. Es período de lluvia y la inundación es muy grande. Es difícil el acceso al embarcadero. La cola de vehículos se extiende por kms., la capacidad de la gabarra es pequeña, así que la espera se alarga en casi 2 horas, aún cuando la prioridad de subir es para los autobuses con pasajeros. Sólo dos o cuatro ranchos donde expenden chucherías, empanadas, refrescos y café “cerrero” para engañar el hambre y distraer a la gente. Una mesa y dos guardias nacionales que impávidos tratan de penetrar la oscuridad con la mirada. No se ve nada alrededor mío cuando ya estamos sobre el agua, menos mal que la travesía es corta, porque el sólo oír el chapoteo y ronroneo del motor me intranquiliza.
Ya en la orilla subimos al autobús de nuevo. Esta odisea con intervalos aproximados a los 45 minutos se repetirá dos veces más esta noche. Todo esto retrasa nuestro viaje por mucho tiempo.
VIERNES 4:
Al fin llegamos a la capital del estado: Puerto Ayacucho. Son casi las 11 de la mañana. Allí en el terminal de autobuses oigo que alguien me llama por mi nombre. Volteo y en un pretil sentada, con toda la paciencia de Job retratada en su rostro, está nuestra otra compañera de viaje: Adriana. Desde las 8 am., está aquí procedente de Puerto Ordaz donde reside. Ahora somos Corina, Adriana, Javier (el fotógrafo) y yo.
Reunidos los cuatro, se nos acerca un señor jovial y atento: Henry, el operador turístico y detrás de él Carlos y Miguel, jóvenes muy serios. Su perfil indígena los identifica, nuestros guías en la selva. Se carga el equipaje en el anexo de la confortable camioneta donde subimos nosotros rumbo al puerto de Samariapo, dista 1 hora.
Desde la carretera podemos admirar el monumento natural “Piedra de la Tortuga”, roca de granito de formación zoomórfica con vegetación litófila, semejante a una gran tortuga.
Puerto Samariapo: 12 am. Una explosión de luz y calor nos recibe. Vibra el entorno con el movimiento constante de los hombres, en su mayoría ocupados en acarrear víveres, enseres, materiales, variada mercancía, en los aparentes frágiles “curiaras o bongos”, lo más popular en transporte en el intercambio comercial entre Amazonas y Bolívar.
Se impone la presencia de representantes de grupos étnicos como Guahibo, Piaroas y uno que otro Yekuana y Yanomami. Dialectos secos, rápidos, sonoros y cortos se entremezclan con el pronunciar altanero del porteño.
El puerto de embarque es pequeño para tantas embarcaciones: lanchas voladoras, curiarias grandes y pequeñas (éstas son prácticamente el medio de vida en el territorio), en ella se pesca, se transportan productos, se hacen visitas a comunidades cercanas o se emprenden largas expediciones.
Bajamos de la camioneta y mientras se ultiman los detalles embarcando todo lo necesario para nuestro viaje, los pasajeros nos refugiamos en un rinconcito de sombra y bebemos refrescos fríos y tomamos fotografías. Ya todo listo en nuestro bongo con poderoso motor fuera de borda. Una foto de todo el grupo antes de partir. Desde la orilla Henry nos despide y suavemente comenzamos a navegar por las aguas cenagosas y aceitosas. Plácida y rápidamente comenzamos a remontarlo. Sabrosos emparedados y jugo bien frío con gentileza nos ofrece Carlos. Miguel es el experto motorista, tendrá esta tarea mientras dure la travesía.
Todos estamos en silencio, ensimismados, abstraídos, absortos en nuestros pensamientos y en el paisaje. Un océano viviente de vegetación y aguas, que cubre y ahoga todo cerro, roca, risco. Es un vértice primitivo que vive en los confines de la civilización.
Transcurrida al menos 1 hora, Carlos nos ofrece un refrescante baño en una ensenada formada por grandes rocas y arena de piedras molidas muy finas. Está fresca el agua, un buen rato disfrutamos del gratificante placer.

Navegamos por cuatro horas hasta llegar al que sería nuestro primer campamento: “Barranco Tonina” cerca de una comunidad indígena del mismo nombre ubicada en lo alto de un profundo barranco frente al río, pero que con la crecida del mismo, en estos momentos se encuentra al nivel de él. El barranco desapareció. El campamento está bien construido, se trata de 3 caneyes amplios separados entre sí que hacen función de comedor, cocina y dormitorio. Incluso bastante apartado un rústico y discreto baño.
Está algo retirado del río, trasladamos nuestras cosas y mientras cuelgan nuestros chinchorros y mosquiteros (hay bastante plaga) y preparan la cena, nosotras las damas, aprovechamos de darnos un chapuzón cerca de donde se ancló el bongo.
Una muy rica cena y la sobremesa aderezada con la conversación de anécdotas y cuentos del Sr. Martín, (etnia Piaroa, dueño del campamento). Nos habla de los juegos deportivos que se celebran en esos días entre comunidades, de las plantas que ha sembrado (nos las enseña) y nos previene de la aparición brusca del “camisa rayada”, inferimos que es un tigre o cunaguaro..¡Sustote!. Su amena conversa se termina, es tarde y nosotros nos “enchinchorramos” para dormir toda la noche tranquilamente, aunque… de reojo en la oscuridad tratamos de vislumbrar los brillantes ojos del “carnicero asesino camisa rayada”.
SABADO 5:
Llovía mucho esta mañana. Javier se levantó temprano a fotografiar. Desayunamos en el bongo. Ya reposados, Carlos y otro amigo reclutado en la comunidad cercana nos guían en nuestra primera caminata por la selva. En fila nos adentramos en ella. El escenario que nos recibe es maravilloso en su penumbra color esmeralda. Hay muchísima humedad y pronto el ejercicio nos hace sudar profusamente. Columnas gigantes de árboles, murmullos de riachuelos, chapoteo de pisadas en lodazales, sinfonía de ramas y hojas al besarlas la brisa, croar de ranas y sapos, canto de pájaros invisibles. Bulle de vida el ambiente.

A cada instante nos detenemos para observar un insecto, una planta, una flor, una mariposa. Javier fotografía a cada momento y nosotras le imitamos. Caminamos bajo un dosel de hojas secas.
Termina el camino plano y comenzamos a ascender hasta llegar a unas formaciones pétreas cubiertas de epifitas, lianas y musgos. Le llaman “Cerro El León”. Las rocas grandes y altas se sobreponen, forman grutas que apenas alcanzo a avistar. Con cuidado vamos trepando con ayuda de los compañeros, en breve tiempo estamos ya en la cima, en “El Mirador de El León”. Área despejada de vegetación alta, podemos observar el extenso y hermoso paisaje circundante. Desde acá el río es una corriente brillante aquietada por el sopor.
El sol nos castiga con fiereza, no hay sombra alguna. Merendamos fruta y bebemos de nuestras cantimploras. Luego de un buen rato de contemplación, bajamos al campamento . Otro bañito en el río para refrescarnos. Sabroso almuerzo tardío preparado esta vez por Miguel y luego con nuestros peroles de vuelta al bongo, proseguimos la navegación.
Detenemos el bongo en un sitio imponente. Desde la orilla del río donde nos encontramos hasta arriba donde llega la vista, podemos ver irguiéndose verticales, cuadradas y redondas, majestuosas, grandes rocas negras...Este sitio lo llaman Piedras Tinajas. Rocas negras, que dicen son sagradas y místicas. Contemplo estos centinelas inmortales. Bajo del bongo sólo para sentir bajo mis pies la dureza y el calor de la piedra. Me estremezco al asociar la sensación física con la idea de lo sagrado y esotérico...
¿En qué momento pasamos Isla Ratón?, ¿Cuándo abandonamos el río Orinoco y entramos en el Sipapo? no sé. Ahora vamos a la Laguna de Mapuey, es un caserío pequeño donde vive la familia de Carlos. Está feliz de visitarlos, nos reciben con alborozo y alegría, niños y hombres, las mujeres no se ven. La creciente del río es enorme, varamos el bongo. Bajamos, el limo y las hojas descompuestas acumuladas en la orilla me hacen desagradable caminar descalza. Retirada de la laguna, se encuentran las churuatas de los lugareños y el campamento. Éste es espacioso y cómodo, se cuelgan los chinchorros y se instala la cocina, hay mesa y bancos de madera sin tallar y áreas con alfombras de moriche trenzado para colocar los morrales. Nos visitan los niños, entre ellas una preciosa niña de 4 años que parece el juguete de los demás, es la única hembra. Carlos conoce a un hermanito recién llegado al mundo, de sólo un mes.
Pronto se hace noche. Nos alumbramos con luz artificial alimentada con gas y con nuestras linternas. Cena y nos acostamos temprano. Esa noche fue de pesadilla, porque me enfermé a consecuencia de algún alimento o bebida, con bemoles, perduró hasta después de haber regresado a Caracas.
DOMINGO 6:
Un cigarrón impide que Corina salga del chinchorro esa mañana, la saluda por fuera del mosquitero y da vueltas y más vueltas, hasta que se cansa de que no lo tomen en cuenta y se retira. Desde antes de salir el sol, Javier salió a fotografiar. El rico aroma del desayuno nos invita a la mesa. Presente Javier, todos salimos a nuestra caminata de ese día. Saliendo del campamento por la parte trasera del caserío debemos llegar atravesando la selva hasta el Mirador de Mapuey, para retornar después por otro camino. Se nos informa de la gran invasión de zancudos por los sitios que caminaremos así que sacamos nuestros “velos de novia”, que impedirán el acceso directo de estos “bichitos” a nuestra preciada piel de la cara.. Apenas dejamos el área limpia del caserío y entramos al “monte”, el acoso brutal de los “mísiles vivientes” es aterrador. Sólo un resquicio de piel descubierta y lo toman por asalto. Los “zzzzz” de su zumbido me marean cuando pasan cera de los oídos.

Al principio la humedad no es mucha, pero a medida que nos internamos en la selva, el techo de las copas de los árboles se cierra y al sol se le dificulta penetrar. Secuelas de los chubascos frecuentes, el suelo está cubierto de ripio y muchas hojas secas. Encima de una rama, casi camuflajeada en ella, una larga serpiente lora. En el hueco de la raíz de un árbol, una tarántula se asoma empujada por el palito que Carlos introduce en él, sapitos mineros pequeñitos saltan, sus colores verde y negro, o amarillo y negro fosforescente refulgen, una mariposa grande y azul, coquetea en el aire frente a nosotros. En determinado momento Carlos se detiene , revuelve con un palo un túmulo de tierra amarilla al pié de un árbol, de inmediato salen de él dos grandes hormigas negras (3 cms) se mueven inquietas para detectar al enemigo. Son las temidas “3x24” como las llaman los Piaroas. Su veneno es mortal, si se recibe en gran cantidad. Por allí pasamos “volando” casi. Uno de los acompañantes de repente se “nos pierde”, sin distinguirlo pero cerca, oímos el sonido de las perdigones de su escopeta, y los ladridos de su perro, ello nos dio certeza que había cazado a un “picure”.
Carlos hace un limpio corte a la corteza de un árbol, de él “llora” una resina blanca, es el “Caucho Evea” antaño muy explotado y comercializado como recurso forestal. Distingo Yagrumo, Guamo, Congrio, Zapatero, Palmas. Salimos de la enrevesada vegetación y ahora estamos en una zona muy ancha y larga de piedra rugosa, que va en ascenso leve hasta llegar a una colina alta. Es el Mirador de Mapuey. Una vista hermosísima se divisa desde allí. Vemos el tepuy Autana y el río de su mismo nombre Pero la cantidad de “bichitos” es tal que apenas tenemos tiempo de hacer alguna fotografía y rápido descender de allí. Retomamos un camino por la selva húmeda . Carlos me detiene, se aleja un poco y con el machete corta una gruesa liana, me la entrega y me indica que beba de la parte cortada, succiono allí y maravilla, es deliciosa agua fresca lo que bebo, inodora, incolora pero no insípida tiene un lejano sabor dulzón. Pero como quita la sed. Proseguimos la marcha hasta llegar a un conuco abandonado. Una choza de palmas de Mavaco cerrada. La utilizan como refugio o para guardar implementos cuando los habitantes del caserío laboran por allí.
Descansamos un poco, comemos algunas naranjas y mandarinas y seguimos nuestro camino que nos devuelve al campamento. Sudadas cual esclavas egipcias, fuimos a bañarnos en un pozo del río cercano, dentro de la selva. Tuvimos un desafío mortal con los zancudos a ver quien se desvestía más rápido y se lanzaba al agua o a quien mataban antes los zancudos. Fue un baño de inmersión profunda, tipo caimán, con sólo los ojos y la nariz fuera del líquido, ni siquiera podíamos sacar una mano, porque “zuás” se llenaba de bichos picantes. Pobrecitos ¿Desde cuando no saboreaban el néctar sanguíneo citadino?..Salí fresca del agua, pero con dos chichones rojos de picadas en la frente, parecía que estuviera “cornuda”.
Almorzamos y descansamos esperando que bajara el sol. Ya cerca de las 5 de la tarde, con morral de ataque salimos del campamento, atravesamos el pozo de las “torturas” donde nos habíamos bañado más temprano y seguimos por la selva de nuevo . El sendero plano se hizo pendiente y nos llevó hasta el alto de una colina también toda roca negra. Javier nos informa que son del período pre-cámbrico que el color negro se debe a materia orgánica: Cianobacteria Stgnema Panniforme. Además que el color negro de las aguas que hemos visto todo el tiempo se debe al Tanino Umico que contiene.
Este sitio se llama "Laguna de Camino", y hay allí una laguna de color verde esmeralda que refleja el atardecer, rodeada de altas palmas e intrincada vegetación, atrás el Tepuy Autana y más atrás aún otras formaciones montañosas. Los hermanitos menores de Carlos sacuden un arbusto y de cerca de las raíces, escondidas, sacan a mano limpia, dos enormes y repulsivas lombrices rosadas, que a mi me parecen culebras. Las utilizan de carnada para la pesca. Vamos a un sitio casi escondido, allí sobre una gran piedra aún se pueden distinguir los vestigios de un antiguo petroglifo. Tiene forma de rana acostada con las patas extendidas y una gran cola, muy grande...¿Quién lo dibujó, cuándo, cómo, con qué?... Misterio.
Regresamos con Javier al punto más alto de la roca, donde se instaló y nos invita a esperar con paciencia el anochecer, quiere fotografiar el efecto de la luz lunar sobre el tepuy Autana. Ya entrada la noche nos retiramos con luz de nuestras linternas, la luna se ocultó. No me agrada mucho caminar de noche y menos por la selva..Atravesar el río en esas circunstancias es para mi aterrador y lo peor es que estaba réquete-fría.
Por ese día sólo nos quedaba la rica cena y a dormir.
LUNES 7:
Desayuno, nos despedimos de nuestros gentiles anfitriones y a navegar de nuevo por el río Autana.

Mirando a los lados y al frente, la vista se nos pierde en el verde horizonte infinito que es la selva amazónica. Excepto un pájaro que vuela alto, pareciera que no hubiese vida en ella. Navegar por esta bellísima avenida negra y ondulada es toda una deliciosa experiencia. Una tonina juguetea en el río delante de nosotros. Entramos a un gran túnel vegetal, se estrecha la cinta de agua que apenas se mueve con el roce del botalón. Es tan estática el agua que es un perfecto espejo que refleja el entorno. Javier se deleita tomando fotos acá.
Continuamos en la cuenca del río Autana. Ahora vamos rumbo al campamento Raudal de Pereza. El río aquí en torbellino enfurecido, presenta una nubada en forma de llovizna. Brama cuando las aguas chocan entre sí o con las rocas inundadas, se levantan en olas granizadas de mil colores, resplandecen al sol.
Unos metros antes de llegar a él, se orilla el bongo en un rincón donde el agua está semi-tranquila, cerca del caney donde dormiremos. Éste está lejos de la orilla del río, encima de una colina. Se cocinará en el bongo para no trasladar los utensilios sólo por una noche. El sol está calentando con fuerza y los “puri-puri”están enojados. Me hago un baño de “asiento” en un huequito alejado de la corriente fortísima. En compañía de Adriana le sigo los pasos a Javier que fue hacia la parte donde se ven los raudales más cerca. Saltando de una a otra roca, en un momento, pierdo pié y caigo en un canal, donde el agua en ese momento es muy bajita, pero justo al caer un reflujo de agua lo inunda con gran estrépito arrollante, sube el nivel y me arrastra, como puedo me sostengo de mi bastón y grito pidiendo ayuda. Adriana me ve, se viene resbalando, sin embargo como puede y con valor y solidaridad, atrapa la punta de mi bastón y me hala con bríos. Momentos de tensión de “tira y encoge” donde la adrenalina impera. Con su gran valiosa ayuda salgo del trance y nos abrazamos, los corazones no palpitan, galopan. El gran susto pasó. Hubiera podido llegar a Puerto Ayacucho en la navegación veloz de primera clase.
Contemplación y fotografía, se nos une Corina y decidimos bañarnos, pero bien lejos del brioso río, lo hacemos en un canal ancho de los muchos que se escurren por todos lados, una piscina natural.
Después de almorzar nos vamos de caminata por 3 horas por la densa selva virgen, es una rica mina botánica, un espectáculo multicolor, bellísimas bromelias, orquídeas fabulosas como la “Superba del Orinoco”, lo que engalana esta travesía. Recojo semillas con ayuda de mis amigos y muchas muestras para un amigo botánico. En nuestra ausencia otros turistas han llegado al campamento, pero vienen de paso, no se quedarán.
Mientras esperamos la cena, Carlos nos lleva a un mirador cercano, en la piedra más alta que hay en ese sitio, vemos el atardecer espectacular. Ya que estábamos cerca del lugar donde hicimos el baño esta mañana, pues lo repetimos.
MARTES 8:
Desayuno y navegamos ahora al revés, río bajo hacia el campamento Ceguera, acá hay una comunidad indígena. Ubicada frente al Tepuy Autana. Nos damos “banquete” fotografiándolo desde todos los ángulos. La creciente del río ha tapado la enorme y hermosa laja de piedra, que en verano forma una playa en sus orillas de arenas rosadas. Hoy el caney donde nos alojamos ha quedado casi a las márgenes del río, con la toma de playa del río. Hay mucho calor, pero acá no me apetece el baño, no me terminan de agradar esas aguas oscuras. Pasé lo que restó de la tarde leyendo, observando los alrededores y a las muchas embarcaciones que llegan o pasan levando o trayendo gente. Hay mucho movimiento de turistas. Encuentro muy grato con un amigo, Elbis quien fue mi guía en pasada excusión a la Serranía del Cuao. Al atardecer desafiando la nube de zancudos, subo a una curiara pequeña con Miguel, él ceba un anzuelo y me lo entrega, casi de inmediato el sedal se pone tirante y comienza a halar, mis manos parecen cortarse con la velocidad con que corre el sedal por ellas, grito y grito con emoción porque “aquél monstruo” me quiere tirar al agua, Miguel me sostiene por los hombros y luego entre los dos sacamos el trofeo: un hermoso bagre rayado de 3 kilos...Susto, que pelúo. En el piso de la curiara se ahoga sin aire, me da dolor ahora. Miguel dice que es un ejemplar muy solicitado porque es “fino” y sabroso..Yo como no como pescado, no sé si dice la verdad, pero sí se comprobó. Fue la cena y a todos gustó. Volví a echar el anzuelo, pero esta vez un “bichote” lo cortó limpiamente...Hasta ahí la pesca.
MIERCOLES 9:
Después de desayuno, Carlos con el amigo Alberto, en una curiara pequeña y angosta nos lleva y atravesamos el río Autana con destino al Cerro Uripicay, desde su cima se puede ver el tepuy lo más cerca posible. La curiara dejó el río principal y se internó por una brecha en la selva inundada por un trecho largo, hasta que no pudo navegar más. Nos bajamos con el agua a los tobillos. Caminamos chapoteando detrás de Carlos, pongo los pies donde él los coloca, no sea que me muerda una anaconda o un temblador me electrifique. Está muy fresco aquí, por todas partes nos cierra el paso la vegetación. Carlos machetea aquí y allá. El entorno es precioso, el olor rico a humus, a flores, efluvios suaves y fuertes. Como el terreno comienza a empinarse el suelo ya sólo está mojado, no hay agua a borbotones. Una bella hondonada con un riachuelo de aguas oscuras, casi negras. Serían casi 3 horas de subida por aquella inmensidad de selva, y de sorpresa estamos en una zona despejada, árida, con el sol cayendo “a pico”, es la antesala del mirador que está todavía mas arriba..Trepo este sendero de rocas casi a “gatas”, un esfuerzo más, me digo, agarrándome de la roca logro conquistar la cima en poco tiempo, allí se encuentra desde hace rato Corina. ¡Whuaooo!. Que espectáculo. Corina semeja una diosa sentada en su trono de piedra, detrás de ella el vacío y la selva profunda y de telón de fondo el imponente Autana.

Me concentro sobre el objetivo principal en esta mañana, contemplar de cerca el tepuy, con 1.300 metros de altura, se ubica al este del Padre de los Ríos, el Orinoco y entre los ríos Cuao y Autana. ¡Que emocionante estar allí! La montaña sagrada, así lo llaman los indígenas. Este espectacular cerro se eleva como una gigantesca torre. En su base la vegetación endémica es escasa. Un banco de nubes oculta su cima, pero igual rápido se despeja, sus paredes de piedra están húmedas o cubiertas de pélicula constante de agua que desciende desde su pico al suelo. A lo lejos puedo ver el campamento Ceguera, las vueltas y revueltas del río. Transcurre el tiempo y no nos damos cuenta, sentada en la hierba no me canso de mirar y admirar tanta bellezura. Sólo el sol canicular e inclemente me devuelve a la realidad. Es hora de descender. Lo hago con sumo cuidado y a veces hasta con la técnica del “culi-cross”. Dejo a mis compañeros arriba porque así lo quieren y acompañada de Alberto me devuelvo por el mismo sendero. Los pasos ahora son más rápidos. El calor sofoca. Nos desviamos del sendero en algún punto, por allí escondido entre plantas y piedras corre un riachuelo formando varias pozas. El agua es cristalina y fría, la arena y las piedrecillas del fondo se ven detalladamente. ¡Que delicia! Buen rato estuvimos allí, nos alcanzan los amigos, todos seguimos caminando hasta donde nos espera Miguel y la curiara . Regresamos al campamento.
Esa noche fue bellisima y terrorífica. Desde la tarde se anunciaba tormenta en el cielo, grises nubarrones tapaban al sol, comenzó a llover primero suave, pero ya en la noche se oyeron truenos muy fuertes. Eran las 11 y tantas de la noche, acostadas en los chinchorros, el ruido del agua azotando impiadadamente el techo de palma del caney, el viento se oía silbar y hacía “volar” las cosas que no estaban sujetas a algo, el agua del río se oía “rugir” furioso, yo temía que se desbordara y alcanzara nuestro refugio . Retumban y ensordecen cada vez más los truenos, la lluvia arrecia. Rayos y centellas aparecen y desaparecen con rapidez. Nuestros guías nos vigilan, así como al bongo que previsores amarraron muy bien, pero que puede irse a la deriva. Evaluán la situación. El techo trenzado de palmas es impermeable. En un destello de luz, en un rincón veo a Javier en cuclillas, con sus cámaras, captando todo lo que la naturaleza indómita le ofrece. Estuvo en ello hasta la 1 de la madrugada.
En la mañana todo tranquilo y en calma. De la noche anterior sólo quedan destrozos en las orillas del río. Volvemos a navegar, nos detenemos a conocer y a comprar refrescos en la comunidad de Pendare (capital del Dto. Autana). Está muy visitada, han concluído los juegos y la gente está por allí celebrando. Pasadas cuatro horas llegamos a nuestro último campamento en ese viaje: Manaca.
Personalmente de todos los campamentos es éste, el que más me ha gustado. Situado en lo alto de una colina, no muy cerca del río. Hay un amplio caney y una churuata unidos. Delante de ellos 2 bancos de troncos, para disfrutar el paisaje. Estamos en una curva del río. Hay bastante tráfico hoy subiendo y bajando por éste. Después de instalarnos y almorzar, Carlos nos invita al “tobogán del río”.

Apenas son unos 15 minutos de allí. Nos internamos por la selva, ascendemos una cuesta fangosa, pasamos varias rocas grandes y allí está: Por sobre un lecho de piedra rojiza corre un riachuelo rápido, no caudaloso. Se desliza en escalones y caen en una “piscina” preciosa bastante grande. Allí nos bañamos, incluso nadamos un poco porque tiene una parte algo profunda. El agua traslúcida nos permite observar cualquier detalle del lecho. Por sobre mi muslos nadan impasibles unos peces medio grandecitos, pican duro. Lástima que hay profusión de zancudos. Tenemos que colocarnos nuestros velos de novia en la cabeza, lo único que tenemos fuera del agua. Si desvestirnos fue una odisea, el vestirnos fue una batalla, evitando el ataque en masa ahora de unas pequeñas avispitas amarillas, molestosas. La ropa oscura, sobre todo la negra, están cubiertas totalmente de estos insectos.
Moviéndonos cual veletas dislocadas, salimos de allí corriendo.
De improviso se desata un aguacero tremendo. Javier se ha distanciado y lo buscamos con inquietud, acá es muy fácil extraviarse, no hay camino alguno, se camina por entre y sobre las rocas, y ellas son grandes y casi iguales a mi vista. Sólo el guía sabe como encontrarlo. Suspiro, llega Javier. El bajar se ha tornado bastante difícil, las rocas con el agua son traidoramente resbalosas, pasamos con cautela y aún así caemos. Decido bajar a “sentadillas”. Con esa técnica logramos atravesar la zona “pelúa” y llegar al senderito de tierra y al campamento.
En la noche ya escampado, Carlos nos alegra la vida encendiendo una fogata cerca de nosotras sentadas en el banco, en el saltarin fuego asamos salchichas ensartadas en palitos ¡Rico!.

Crujen las maderas y emanan un fragante olor. Allí mismo cenamos y con los últimos vestigios de la madera quemada nos dormimos.
JUEVES 10:
Me quedo descansando en el chinchorro mientras mis amigos vuelven al tobogán...Filósofa pienso sobre “la vida dura que estoy llevando” en este instante.
Todo el equipaje ya embarcado, regresan los compañeros y de nuevo a navegar.
Carlos nos tiene la última grata sorpresa, enrumba el bongo hacia un costado del río, allí semitapada por la vegetación encontramos otra cascadita, “Los Caracoles” le llaman. El agua corre de baja altura por una ancha bajada de piedra, las aguas claras se reunen en un amplio pozo. “la bañera está lista”. Almorzamos en el mismo sitio y ahora sí, el definitivo retorno a Samariapo.
En algún momento las aguas obscuras se cambian amarillentas, y es que volvemos a navegar por el Orinoco. En tres horas estamos en el puerto. Nos espera Henry con la camioneta. Se desembarcan y cargan los bártulos del bongo a ésta y decimos adios con nostalgia a la zona. Rumbo a Puerto Ayacucho.
Nos hospedamos en un simpático hotel hasta el día siguiente. ¡Que felicidad dormir en un mullido colchón!
VIERNES 11:
Aprovechamos el día para hacer algunas diligencias personales, ir al mercado artesanal indígena, al mueso etnológico. Más tarde Henry fue por nosotras y nos llevó al ” Tobogán de la Selva” sitio turístico donde el río fue acondicionado e integrado al paisaje en una estructura de parque recreacional. No me emociona mucho. En la tardecita, después, un gran chaparrón de agua, ya estábamos en el terminal, nuestro autobús salía para Caracas a las 7 de la noche.
Nos despedimos de Adriana que saldría mas tarde para Puerto Ordaz.
Esta vez el viaje fue rápido, en las gabarras tuvimos paso franco, sin embargo al llegar a San Juan de los Morros, había un atasque de tráfico donde esperamos 1 ½ hora y al fin nuestro chofér se dio la vuelta y tomó otra vía, que obviamente nos retrasó el viaje de nuevo.
SABADO 12:
Son las 10 de la mañana, llegamos a Caracas...Sanos, salvos y felices. Otra gran aventura, nos vemos en la próxima.

lunes, 17 de abril de 2006

SEIS SABARARÍ* DEL CUAO

SEIS SABARARÍ* DEL CUAO
Participantes: Mariana, María Teresa, Monique, Marta, Adriana y Edilia.
Relato: Edilia C. de Borges / Fotografías: Mariana Vásquez
¡ Adiwa chabaraba! (saludos amigos, en dialecto Piaroa).Son las 8.57 de la mañana de un radiante día viernes. José Herrera amable piloto toma fotos a seis damas que sonrientes posan ante la escalerilla del pequeño avión de 19 pasajeros, que abordarán seguidamente para trasladarse en un tranquilo y apacible vuelo hasta la zona amazónica de Puerto Ayacucho a cuyo aeropuerto “Cacique Aramare” llegarán a las 10.34am. Es una instalación pequeña, pero organizada, ventilada y limpia. Al bajar del avión un brutal golpe de calor nos recibe con fuerza. Nos esperan acá Virgilio, nuestro organizador de logística y Elbis quien será el paciente guía en esta fascinante aventura. Objetivo: Subir hasta la cima del Tepuy El Cuao, lugar distante río Orinoco arriba, en plena selva amazónica. Retirados nuestros pesados morrales, en amplia camioneta somos trasladadas a 20 minutos hacia la ciudad, donde está nuestra posada. Nos cambiamos de ropa, dejamos guardado lo no indispensable y de una vez, en la misma camioneta, nos dirigimos ahora hacia el Puerto de Samariapo, distante unas 2 horas de Puerto Ayacucho. En el camino nos comimos “un taquito" de empanadas y jugos, observamos la piedra famosa de “La Tortuga”, el cerro de Piedras Pintadas, un herrumboso y solitario cañón antiguo escondido entre la maleza…Ya a la 1.53 de la tarde estamos en el puerto, esperándonos el bongo “Yutaje V” con motor fuera de borda, capacidad para 30 personas más enseres.Como nosotras éramos 6, pues estaríamos “hacinadas”. La carga, comida e implementos para 8 días ya estaban dentro. El piloto “Luis” daba los últimos toques de revisión. Entusiasmadas, nosotras observábamos los mil y un detalles de la actividad en el colorido y animado puerto: de una a otra barca se hacían compras y trueques de variadas mercancías, curiosas e inquisitivas miradas de los lugareños se enfilaban a nuestras personas como preguntándose: ¿Qué les daría a esas mujeres para irse río arriba cargadas de pesadas mochilas?...Nosotras, alborozadas y reidoras, con mirada expectante, tomando fotografías a diestra y siniestra…Todo listo, el bongo salió de Samariapo a las 2.30pm. Se nos ofrece un refrigerio y a las 4.50pm, soñolientas, llegamos al sitio denominado “La Boca del Cuao”, desviándonos a la derecha navegamos ahora el río Sipapo. Visitamos la Comunidad de Panare, solicitamos al señor Jaime (indio Piaroa) quien nos permitió que montáramos nuestro primer campamento en una zona de su propiedad a la orilla del río. Allí hay una techumbre de palma moriche sostenida en armazón de troncos de madera fuerte, sin paredes. Mientras Elbis, Luis y Leonel montaban los chinchorros con mosquiteros, encendían una fogata (posteriormente Monique se encargaría de mantenerla encendida) y montaban la olla para el condumio nocturno, nosotras colocamos nuestro “peroles” donde mejor estuviesen y de inmediato nos sumergimos en las cobrizas y frescas aguas. Posteriormente nos “bañamos de repelente” y luego de la cena y de una breve tertulia sentadas en una gran roca, pronto nos “enchinchorramos” a dormir, las tensiones del día nos rindieron al sueño. Esa noche llovió un poco, cosa que no nos importó para dormir muy bien. Temprano, al día siguiente nos levantamos con el olor del café recién hecho y la leña quemada. Tomamos el rico desayuno, recogimos nuestras cosas otra vez y de nuevo a navegar en esas aguas de color ocre que relucían al sol y que de tanto en tanto se interrumpían con el surgir de grandes rocas de paredes cortadas a picos como centinelas. Pasamos el raudal “El Muerciélago”, el de Picure. Algunas veces desembarcamos para visitar otras comunidades asentadas en las orillas del río, probamos allí un fruto “Copoazul”, redondeado, de corteza marrón claro, encerrando la ambrosía de su pulpa blanca de sabor agri-dulce. Dominador común de los pobladores es la timidez verbal con la cual se expresan estos indígenas, que transmite su experiencia de convivencia armónica con el ambiente en que viven, traduciéndose en poesía sencilla y transparente…Es otro mundo...Un mundo noble, simple y franco…Para el mediodía arribamos al campamento “El Raudal del Danto”.Mientras las orillas del río se ensanchan, se estrechan y las aguas se rebelan con gran fuerza, los “rápidos” se encabritan sobre el gran lecho de piedra que desciende en anchos escalones, el agua ruge embravecida, choca, se arremolina, salpica espuma. Un ritmo extraño, enorme e irregular que con cada golpe contra la roca parece hacer temblar la ecuanimidad de mi alma…Sólo hasta acá puede llegar el bongo... Esa noche dormimos en las rústicas pero confortables instalaciones. Nuestros chinchorros al aire libre observando el negro cielo salpicado de infinitas luces. Reclutando en la comunidad a quien sería nuestro baqueano, y dos porteadores más, uno de ellos una mujer...Eunice Mabaricuna, indígena Piaroa quien me asombraba todo el tiempo con su andar galano y elegante de pasarela y eso que llevaba en su espalda un wayare (cesta tejida para trasladar carga) de 15 kilos sujeta a su frente con una cinta de Macagua (liana vegetal sumamente resistente) y sus pies descalzos.
El bongo se quedó en éste río y ahora los 11 expedicionarios subimos a una curiara (es el barco del indio, su medio de vida) estrecha y engañosamente frágil, la cual nos llevó en cosa de media hora hasta un escondido recodo río arriba, donde desembarcamos para empezar lo más emocionante: caminar a través de la selva. La vegetación densa, miles de palmeras, al menos una docena de especies, ruidos que no habíamos oído (rugidos de monos aulladores y gritos de loros) rebotan a través de la espesura como saludos de viejos amigos. Hierbas pantanosas, arbustos bajos.
Muy pronto la humedad imperante nos hace sudar copiosamente. Caminamos en fila por aquél sendero de Danta, atravesando varios raichuelos por encima de troncos arbóreos sujetos firmemente al suelo por estacas largas y altas, viendo abajo el agua correr que si cayésemos refrescaría nuestros cuerpos...Dos horas apenas y llegamos al otro campamento situado a orillas del río Cuao…”El Salto de Piedra”. Ahora, por primera vez, avizoramos con mayor nitidez el tepuy. Imponente… Pensé... subiremos... alcanzaremos la cima... Acá, el río es un solo tobogán de 6 o más metros de ancho. El agua se vuelca con furia, a trechos blanco de espuma. Su rugido es fuerte, arrullaría esa noche nuestro dormir...Bajo el techo de la churuata sin paredes, abrimos nuestras carpas y luego de la última cena cómoda que tendríamos por unos días, se abrió el “garito tropical”, donde algunos demostrarían su astucia, sapiencia y adicción al juego del dominó. Antonio ( guía Piaroa ), alardeó de ello ganando todo el tiempo. A la mañana siguiente con cautelosos pasos de pies desnudos y ayudadas por los Piaroas, atravesamos el río con su lecho resbaloso de roca y algas, hacia nuestro objetivo: tepuy El Cuao ( tepuy en lengua indígena significa montaña). Su formación se remite a 400 millones de años. Es una “Isla en el tiempo” como alguien lo llamó, que se levanta abruptamente en pared vertical y con vegetación diferente en su base y en su cima..El Cuao tiene 1.400 m.s.n.m., según nos cuenta nuestro guía y baqueano. A él sólo han subido 4 expediciones, con la nuestra, sin llegar a la cima. Es una formación de meseta inserta en la Serranía del Cuao. Aunado a las manifestaciones culturales de los diferentes grupos indigenas, el paisaje de la selva, la presencia de innumerables aguas claras, rojas, negras, los saltos, raudales, cerros...este tepuy constituye un escenario de inigualable belleza que nos atrae hacia él como un imán. Esa mañana nos esperaba un largo y empinado camino que nos llevaría hasta “El Mirador” donde acamparíamos para luego atacar la cima...De nuevo el calor y la humedad reinante nos hace jadear; sin embargo las novedades y sorpresas que a cada recodo encontramos, (tarántulas enormes, raíces gruesas enrolladas como crinejas, Guambe - lianas muy cotizadas en la civilización -, Pandare - resina usada para tapar orificios y curar heridas -, Paují - pájaro -, Carana - resina del árbol para encender fuego-), … no daba lugar a sentir cansancio. Llegamos a un sitio despejado donde las inmensas formas rocosas parecían una corona obispal invertida, sombra y resguardo. Descansamos y comimos, pero al ver que llevábamos un muy buen tiempo decidimos seguir subiendo ese día para hacer campamento más cerca de la base del tepuy. Encontramos dificultad para subir las altas y resbalosas rocas, pero con ayuda lo hicimos...Arriba, el terreno se está volviendo delicado...El cuidado es extremo, el piso es sumamente frágil y hay muchos hoyos cubiertos con falsos musgos...Debemos escalar grandes piedras para poder continuar, utilizamos cuerdas y troncos cortados. El machete del baqueano no tiene reposo al desbroce de tanta maleza..Si hubo alguna vez sendero, ahora está escondido, tupido de vegetación. Sin aviso, una fuerte lluvia comienza a caer. Nubes negras cuajaban el cielo aumentando la sensación yerma. Enfrente, una enorme y sólida pared por donde se escurrían hilos delgados de agua, bautizamos ese sitio como “Las lágrimas del Cuao”. En la lluvia la inmensidad del paisaje era engañosa, debajo de nosotras un mar de nubes cubiertas de algodón borraban hasta ahora el visible río, el cielo se arremolina en mil tonalidades de grises y azules, los colores mezclándose con el follaje con lentitud y sutileza, que sentía que perdía el equilibrio y caía. Todo era monte mojado, no había porqué seguir caminando, habría que buscar refugio y pronto, antes que cayese la noche, la lluvia proseguía...No había lugar llano para montar campamento, así que en el camino mismo lo hicimos. Los ágiles y rápidos Piaroas desyerban, trozan, alisan terreno, disponen horquetas, le tienden un techo de plástico rígido que llevan e instalan un refugio. Limpian también 3 sitios donde se colocan en precario desnivel nuestras carpas..."Ya, listo"..Tenemos un amplio refugio..."Rancho Grande" le ponemos de nombre...Se enciende el fuego, una bebida caliente, un emparedado gustoso y todos con las ropas mojadas, nos acercámos unos a otros para buscar el calor...Un poquito de conversación y rápido a dormir, sigue lloviendo...En la mañana todos de pié en el barro, ropa húmeda, casi sin hambre, comemos algo y bajo el calor que ya se anuncia, dejamos el campamento para comenzar la ascensión a la última etapa...Ahora la pendiente es fuerte, a veces es también difícil por los obstáculos a salvar de rocas y paredes. Bastante peligroso, los pies se hunden en un colchón vegetal apenas sostenidos por troncos que sin aviso se rompen intempestivamente, las raíces firmes para agarrarse hay que buscarlas tanteando, el terreno es delgado. A veces el paso es tan angosto entre la pared de roca y el abismo, que hay que colocar un pasamano de cuerda...Formaciones geológicas monolíticas que surgen, fuentes de agua que más que fluír, explotan y hay que atraversarlas. Levitan columnas de niebla fría que nos estremecen, nos apretamos debajo de nuestros ponchos atizando la humedad del plástico con nuestro calor corporal hasta extremos insoportables. Empapadas y ansiosas, poniéndo toda nuestra fuerza en los dedos que encontraban pequeñas grietas y protuberancias, poco a poco subíamos en silencio tratando de no molestar al Espíritu Salvaje Mawari que se mete en el cuerpo y el único que puede sacarlo es el Chamán (curandero). Adriana una y otra vez se le va la mirada a su altímetro...Subíamos en forma abrupta pero con gran conciencia y orgullo contorneando los costados de la pared con todos los esfuerzos concentrados en llegar a la cumbre… Y lo hicimos…Habíamos salido del último campamento...”El Sabararí del Cuao” a las 8.30 de la mañana y alcanzamos la cima a las 11.30am. Estábamos en una curva formada por rocas, no paraba de llover, el cielo era gris, todo era neblina y un fuerte viento se alzó produciendo un gran rumor...Queríamos llegar aún más allá, Elbis nos había hablado de una laguna y otras maravillas...pero se impuso la prudencia…Ese tiempo, el desbroce del camino que retrasaría la caminata, y contando las horas que nos llevaría el descenso que habría de ser más lento, nos hizo concluir que era peligroso continuar...Después de almorzar bajaríamos...Mucha cautela para bajar y mientras lo hacemos el tiempo comienza a cambiar, hay un tímido sol asomándose, para cuando llegamos al campamento el cielo está despejado. Parecería que el tepuy no quería que lo conociéramos del todo...Ya con nuestro objetivo alcanzado, al día siguiente regresamos lentamente al Salto de Piedra, donde nos dimos el gran baño purificador y con las cabezas coronadas y enjoyados nuestros brazos con tiaras y pulseras trenzadas hábilmente con lianas por Eunice, y nuestros recuerdos vívidos de la culebra asustadora de Marta, los gritos angustiantes de Ana T. por la presencia de cucarachas en su mosquitero, los misterios y leyendas narrados por los Piaroas, no sin antes darnos el último baño en el Raudal de los Murciélagos, regresamos a Puerto Ayacucho, ya sólo nos restaba conocerlo. Visitamos entonces el magnifico Museo Etnológico, el mercado artesanal, el pueblo colombiano de Casuarito (atravesando el Orinoco) y como colofón felíz de esta aventura el restaurant La Pusana (nombre de un perfume vegetal que atrae al sexo opuesto). El dueño del establecimiento pensó que también atraería a los comensales...Allí el festín fue de fábula, el opíparo almuerzo lo constituyeron exóticas carnes de caza: váquiro, danta, chiguire...sopa de “Ajicero”...picante, picante…picillo de pescado...crocantes bachacos gigantes, casabe, mañoco - harina de yuca -, Catara, picante , Yucuta (jugo de fruta mezclado con mañoco) de Manaca, Seje, Túpiro y postre de Túpiro servido en su misma corteza y en plato de arcilla…Y así culmina nuestra excitante aventura a El Cuao…de las seis "sabararí"... felices...hermanadas por la convivencia de 8 días de un interesante viaje que colmó nuestras expectativas.
Nos vemos en la próxima,
Edilia C. de Borges
*Sabararí : (personas no indígenas). Asistentes: Mariana Vásquez, Monique Loho, Adriana López, Marta Matos, Ana Teresa Sánchez y Edilia C. de Borges .