martes, 15 de enero de 2008

AVENTURA EN LA PATAGONIA


AVENTURA EN LA
PATAGONIA


LOS GLACIARES Y TORRES DEL PAINE

Participantes:Marta Matos, Juana Frontera de Fogel y Edilia C. de Borges
Diciembre 2007


Mis amigas y yo queríamos cerrar el inventario de nuestras excursiones del año con otra diferente para nosotras, impactante , así que planificamos irnos al centro del hielo en Argentina, a La Patagonia. Disfrutamos con nuestras familias de la nochebuena del 24 y después de unos días partimos desde Maiquetía a la ciudad de Buenos Aires. En el aeropuerto Internacional Ezeiza ya nos esperaban con sendos carteles con nuestros nombres los chóferes que nos trasladarían al hotel reservado en el centro de la capital. Dos días estuvimos allí y aunque yo ya había estado dos veces anteriormente, me divirtió servir de cicerone a mis amigas, recorriendo los lugares turísticos usuales, como la Av. Corrientes con su alto obelisco, la plaza de las madres de mayo, la Casa Rosada , plaza de San Martín con una estatua monumental de grande de éste prócer y no podía faltar el sector de La Recoleta donde fuimos al cementerio a ver las tumbas de Gardel y de Eva Perón, aprovechando de hacer algunas compritas en sus Centros Comerciales muy modernos y bien surtidos. El día 29 nos fue a buscar nuestro transporte para llevarnos al aeropuerto doméstico Jorge Newberry donde tomaríamos un avión con destino a la ciudad de El Calafate. Fue un viaje tranquilo de varias horas. Pronto a aterrizar desde la ventanilla del avión, pude divisar extensas zonas de tierra agreste de color marrón y ocre con poco de verde y la larga huella de una carretera que serpenteando en ella se extendía en el horizonte.














Aquí en este aeropuerto pequeño pero de gran movimiento, también nos estaban esperando nuestros anfitriones: coordinador, guía y chofer. En una camioneta Van junto con otras sonrientes personas que nos acompañarían en nuestra aventura, nos trasladaron a la ciudad donde fuimos distribuidos en diferentes hoteles según las reservas de alojamiento contratadas. Nosotras nos alojamos en el Hostal Los Pioneros, sin muchas pretensiones pero bastante amplio, limpio y organizado, con un clima de total camaradería entre los hospedados y una babel de conversaciones que aturdía. Nos dieron una habitación sencilla de 4 literas, al rato se nos unió una muy joven simpática española de nombre Noelia, con apenas una semana de casada, pero que por razones de planificación en el hostal su recién flamante marido estaba en otra habitación con los hombres. Nos bastó muy breve tiempo para que Noelia se hiciese nuestra “compinche”.¡Ála, vamos , vale!.

Esa noche la cena de bienvenida por parte de nuestros anfitriones fue en un restaurante a 1 km de distancia del hostal a donde fuimos caminando. Comprobé el choque brusco de la temperatura al salir del ambiente calientito del hostal al frío brutal helado de la calle, el fuerte viento en ráfagas me hizo “bambolear” varias veces. Susto, no quise ni pensar como sería en la montaña. El restaurante construido en madera era acogedor y desde sus ventanales amplios de cristal, se divisaba parte del Lago Argentino. Fue una cena cordial donde nos presentamos unos a otros y entre diversas edades y varias nacionalidades sumábamos 18 personas.
Al otro día desayunamos en “El punto de encuentro”, un pequeño restaurante ubicado dentro de los predios del hostal. Para mi sorpresa toda la comida era bastante diferente a lo que acostumbraba: Medias lunas (pan dulce con esa forma), mermelada , dulce de leche, manteca (mantequilla), y café con leche, que nunca pude hacerlo llegar a mi gusto. Pero es así, “donde fueres come lo que hubiere”.
Luego del desayuno nos dirigimos en bus a El Chaltén, un pequeño y pintoresco pueblo cordillerano al pié del Cerro Fitz Roy, recorrimos unos 220 kms a través de la estepa patagónica. Ésta es un ambiente árido, la vegetación está compuesta de plantas adaptadas a condiciones de escasa humedad y fuertes vientos.

Arbustos de pequeña altura, espinos de forma globosa junto con pastos de hojas duras proveen cierta protección al suelo evitando la erosión, además de servir de alimento a los ”guanacos” (mamíferos parientes de la llama, la vicuña y el ñandú petiso). Sobrevuela el cóndor, el águila y el carrancho; lagartijas y matuastos se asolean en los roquedales. Nos detenemos en un parador de campo donde saboreamos tortas caseras y dulces artesanales. Frente a él corre con fuerza un riachuelo cristalino y desde ese punto tuve una inmejorable visión del Lago Viedma. Los fuertes vientos siempre presentes.
En una vuelta del camino. Nos encontramos de pronto con una hermosísima visión de montañas nevadas y hasta un glaciar. Ya estamos en territorio del Parque Nacional Los Glaciares, a lo lejos diviso las casitas del pueblo El Chaltén.
Nos detenemos en el Centro de Visitantes de Imparques, acá los guardaparques nos dictan una interesante charla informativa de recomendaciones e instrucciones relacionada a nuestra permanencia en el parque, nos entregan folletos y bolsas plásticas para la basura. Seguimos nuestro recorrido hasta llegar a otro hostal, conocemos a quien será nuestro guía: Juan Pablo, almorzamos y oímos sus instrucciones. Dejaremos aquí parte de nuestro equipaje y ya listos llevándonos solamente lo indispensable para tres días de marcha durante los cuales nos alojaremos en campamentos, comenzamos nuestra caminata.














Desde las afueras del pueblo fueron 3 horas en subida por senderos que faldean el río de Las Vueltas hasta los primeros miradores del cerro Fitz Roy, nos acercamos a la laguna de Los Patos. Una encantadora caminata enmarcada en un entorno natural pleno de aromas y colores, la imponencia del paisaje y su magnitud cuyo telón de fondo son las soberbias montañas nevadas, me invitan a una silenciosa contemplación. Durante el trayecto nos detenemos en distintos miradores para disfrutar de “increíbles vistas panorámicas hacia ríos, lagunas, cerros y picos nevados. Arribamos a nuestro primer campamento de la “Laguna Capri”, premontado con carpas de tipo iglú de fuerte color amarillo, con un saco para dormir y ropa personal de cama, tienda comedor con toda su vajilla e implementos completos ¿nevera.?, no hacía falta, cocina y sanitarios. Nos recibieron gentilmente Macarena y dos jóvenes más, nos hicieron pasar a la tienda comedor ofreciéndonos galletas dulces y café caliente o jugo de frutas. Luego nos asignaron las carpas. El frío se hacía sentir. Recorrimos un poco el lugar admirando de cerca la laguna de aguas quietas y profundas. Cenamos temprano para descansar durmiendo de las sorpresas del día.














Aquí en el mejor restaurante del mundo para mí almorzamos y luego bajamos para reunirnos con el resto de los amigos y desandar el sendero hasta nuestro campamento.
Una muy pequeña biblioteca en una mesa de la tienda comedor, encontré en ella una joya de libro, su título “El último aliento” autor Meter Stark, Editorial Planeta,cuya lectura amena e interesante consumió todas las pilas de mi linterna en varias horas. Se lo recomiendo a quien le guste este género de deporte extremo. Esa noche era 31 de diciembre, nuestra cena fue bastante divertida ya que había que celebrar la partida del año viejo y la entrada del nuevo.
Argentina acababa de ajustar su huso horario, no recuerdo si para antes o después de la hora venezolana, pero además algunos otros países estaban representados aquí, así que la hora cumbre fue diferente para todos, pero no importó cada vez que alguno de nosotros señalaba que en su país eran las doce, levantábamos las copas plásticas conteniendo rico vino champañizado y brindábamos democráticamente, así celebramos todos y también tuve la grata sorpresa de que celebraran mi cumpleaños, alguien se le escapó el datico. Confituras, vino y exquisiteces extraídas de varias mochilas constituyeron el condumio general. Emotivamente divertido.
Por la mañana rodeamos la laguna Capri y seguimos el sendero que corre por el Valle de las lagunas Madre e Hija. Atravesamos un espeso bosque, zona de transición (ecotono) en la que se encuentran especies típicas del bosque conviviendo con otras características de la estepa. Grupos de Ñires y Lengas (árboles) se intercalan entre matorrales de Calafate (fruto dulce pequeño y de color con sabor a mora, quien lo come seguro regresa a la región) comí muchos. Tuve la suerte de ver y oír el canto de un Pitio, pájaro carpintero. Bajamos al Valle del Cerro Torre por donde corre el río Fitz Roy que remontamos hasta su nacimiento en la Laguna Torre. En ella observamos un iceberg traslúcido desprendido del glaciar y una pareja de paticos nadando en las frígidas aguas. Caía la nieve en copos pequeños. El escenario lo completaba el impresionante grupo de agujas de Cerro Torre con sus 3.128 metros de altitud. Hicimos campamento en las orillas de la Laguna Torre.
Por la mañana recorrimos la cercanía de la laguna con vistas del Cerro Solo y el glaciar Adela. Algunos compañeros extendieron la excursión pasando el brioso y gélido río colgados de una tirolina e incorporando el uso de grampones a sus botas, se disponían a caminar sobre el glaciar del cerro y acceder a vistas más cercanas de las paredes verticales de éste. No me atreví a tamaña hazaña, no creo tener afinidad con las focas .
Con otras amigas rehusamos la oferta y luego de fotografiar a los amigos en su pase por la tirolina, esperamos un poco para ver la cumbre del Cerro Torre, que no se descubrió nunca, envuelta en algodones blanquísimos de nubes. En vista de ello proseguimos nuestra caminata esta vez dándole la vuelta a la zona, por preciosos sitios boscosos llegamos a nuestro campamento. Recogimos nuestras cosas sin esperar a los otros que regresarían tarde y caminamos rumbo a El Chaltén, lo hicimos por otro camino que nos permitió vistas del cañón profundo del río Fitz Roy que nace en la laguna Torre, atravesando bosques umbríos de árboles retorcidos o caídos por los fuertes vientos, arracimadas como en un círculo montones de margaritas blancas o amarillas se lucían frente al radiante sol. Fue un descenso de 3 horas sumamente agradable.
Ya en El Chaltén y teniendo éste día libre optamos por contratar una excursión particular esta vez al Glaciar Viedma el más grande de Argentina. Muy temprano en la mañana nos fueron a buscar en una camioneta que ya traía otros pasajeros, nos llevaron al puerto de embarque a la orilla del Lago Viedma ya que sólo navegando se puede acceder al glaciar. Nos bebimos un café caliente y con nuestros pases en la mano subimos al catamarán que en 45 minutos nos trasladó hasta las orillas del glaciar. Desembarcamos con precaución en un promontorio que forma una morrena rocosa frente al mismo, cuidadosamente subimos por las resbalosas rocas y al término de ellas, cosa de 20 minutos, el guía nos explicó las directrices para la travesía sobre el hielo, nos colocamos los grampones y en fila comenzamos la ascensión que duró 2 horas y media sobre el fantástico glaciar pasando entre sumideros, grietas y cuevas. Casi al término de la caminata nos sentamos en heladas piedras sobre la fría nieve y nos fue ofrecido por parte de los organizadores de la travesía, sendos tragos de un rico y dulce licor, brindando por nuestra travesía, sin caídas ni sorpresas desagradables.














Algunos precavidos habían llevado consigo en sus mochilas el almuerzo, los que no, como yo, tuvimos que almorzar en el barco que también resultó divertido. Mientras navegábamos de vuelta, el hermoso paisaje me impulsó a subir a la cubierta sin embargo el frío y los vientos eran tan fuertes, que hube de regresar pronto a la calientica cabina. En la tarde regresamos al Chaltén.
Al otro día luego del desayuno salimos en bus hacia la provincia de Magallanes, área donde se encuentra el glaciar Perito Moreno, éste turístico sitio se ha acondicionado con servicios y restaurantes de forma tal que realizando cortas caminatas bajando y subiendo escaleras de madera, podemos apreciar el Canal de los Témpanos y obtener vistas hermosas, lo vemos en su totalidad de altura. Regularmente hay rupturas de pequeños y grandes bloques de hielo que se desprenden de las paredes frontales de más de 60 metros de altura. Disfruté sacando fotografías. Al atardecer regresamos al Calafate.















Siendo verano no nos dábamos cuenta del pasar de las horas, eran las 10.30 p.m. y todavía el sol brillaba, para comprobarlo tomé algunas fotos. Hambrientas por todas las energías consumidas ese día, sin sueño ni cansancio recorrimos la ciudad en busca de un restaurante con comida típica, pero nos fue difícil hallarlo porque todo tiene que ser con reserva. Sin embargo subimos una colina donde se vislumbraba una casa hermosa, hasta allá llegamos y resultó ser un restaurante acogedor y apacible, cuya dueña con gentileza nos dio la bienvenida, con la hermosa vista del lago Argentino, la suave calefacción, la atención delicada de la mesera, la exquisita comida y el generoso vino artesanal de la zona, fueron el marco para un delicioso banquete especial de guerreras.













Nuestra alegría y algaraza era tal que hasta el dueño del lugar nos pidió tomar fotografías de recuerdo, aunque aquí entre nos. Creo que quería que desalojásemos el local por reír tanto. Que se le hace, la pasábamos muy bien.
Al día siguiente después de desayunar salimos con todos nuestros bártulos de Calafate a través de una carretera de bellas vistas de la estepa patagónica, vimos grupos o solitarios guanacos pequeños o grandes no son nada tímidos, más bien altaneros de andar elegante, se dejan fotografíar. Una tranquila águila mora en apacible vuelo. A las 4 horas de recorrido llegamos a “Cancha Carrera” cruce de la frontera entre Argentina y Chile, donde hubimos de presentar nuestras credenciales y aceptar la revisión de nuestro equipaje. Al continuar nuestra marcha ingresamos ahora al Parque Nacional Torres del Paine (patrimonio de la humanidad nombrado por la Unesco , región de Magallanes y Antártica Chilena, declarado Reserva de Biosfera también por la Unesco el 28.4.78 con superficie de 181.414 ha-) El macizo del Paine conforma un pequeño sistema montañoso independiente de los Andes Patagónicos, el último episodio glacial más el clima que sigue erosionando la roca ha esculpido el macizo en forma impresionante como se ve hoy.
Presenta una infraestructura para la realización de diferentes actividades recreativas, se destaca el excursionismo para lo cual cuenta con 200 km de senderos distribuidos en diferentes áreas, allí se descubre y visita las maravillas que encontramos en varios valles. Durante el trayecto vimos panoramas del Lago Nordenskjold, nos bajamos a la orilla de la Laguna Amarga de aguas salobres donde encontramos un pequeño zorrillo de pelaje amarillento, los cuernos del Paine (montañas nevadas), nuestro guía también nos llevó a ver una hermosa cascada: “El Salto Grande” entramos por una desviación de la carretera, seguimos caminando un angosto caminito bordeando el lago y la vimos de muy cerca en un mirador resguardado por barandas, con bastante fuerza cae el agua desde lo alto, proseguimos caminando más adentro hacia la montaña hasta un mirador ubicado en una colina no muy alta pero desde donde se ven “Los Cuernos del Paine” en primera fila, una vista excelente y afortunadamente estaba todo despejado así que disfrutamos hasta “el piquito” de ellas, pasado un buen rato nos dirigimos hasta el lago Pehoé donde está nuestro nuevo campamento.
Al otro día temprano en la mañana cruzamos en barco el Lago Pohoé desde Puerto Pudeto y en 40 minutos estuvimos en la zona del Refugio Pehoé, desde allí caminando nos fuimos al Valle Francés, hermoso valle de montaña que desciende desde el interior del macizo hacia el lago Nordenskjold flanqueado por los Cuernos del Paine (montañas nevadas en forma de dos cuernos independientes con una misma base) además del impresionante Paine Grande de 3.050 m al oeste. Remontamos el valle hasta los miradores espectaculares.


Subimos una larga morrena de piedras sueltas y cortantes y a su término encontramos el anfiteatro natural rodeado de algunas de las agujas y paredes más espectaculares del macizo: Cuernos, Espada, Hoja, Aleta de Tiburón, Catedral, Paine Grande, son nombres que se les ha adjudicado a las agujas por semejanza. Largo rato estuvimos sentadas esperando pasivamente que las nubes que cubrían la cima de las Agujas de las Torres del Paine se disiparan y nos permitieran tener una visión total, pero lamentablemente fue imposible, no levantaron las nubes, persistiendo el misterio de sus cumbres.
Sin embargo, el bosque y la presencia de los glaciares colgantes que desde el Paine Grande provocan continuamente caída de nieve y hielo, dan un toque misterioso a esta caminata.
Descendemos por el mismo camino bordeando el Lago Skottberc y llegando al nuevo campamento junto al Refugio Pehoé. Fueron 7 horas de camino.
Este nuevo día lo dedicamos a visitar el Valle del Lago Grey y el imponente glacial del mismo nombre, desandando el Campo de Hielo Patagónico cae al lago en su extremo norte, entre bosques de lengas y morrenas. Éste lago de aguas grises se caracteriza porque en él caen continuamente témpanos azules que navegan por el viento rumbo sur.
El sendero que seguimos nos lleva a un impresionante glaciar y las montañas que emergen al oeste del Campo de Hielo, continuando ahora estamos en otro mirador justo enfrente del glaciar, todo ello caminando a través de matorral andino y bosques de lengas a la sombra de imponentes hongos de hielo que tapizan la cumbre del Paine Grande, por cuyas faldas caminamos por 8 horas y al final del día cruzamos de nuevo en barco el Lago Pehoé para después subirnos a nuestro bus y que nos trasladasen al nuevo alojamiento en hostal en Puerto Natales.














De esta pequeña ciudad salimos temprano dirigiéndonos a El Calafate, no sin antes despedirnos con cierta nostalgia de los amigos que seguían rumbo a la ciudad última de la Patagonia , Ushuaia.
Al llegar a El Calafate nos trasladamos a nuestro alojamiento utilizando el resto del día en recorrer la moderna, dinámica y simpática ciudad, haciendo algunas compras. En la noche todos los que quedamos, incluyendo guía, coordinador y chofer, nos reunimos en un restaurante local para despedirnos degustando una deliciosa cena.
Al otro día nos fueron a buscar a mis amigas y yo para trasladarnos al aeropuerto de El Calafate y de allí a Buenos Aires. Ya en la capital en el mismo hotel donde llegamos originalmente y dejado parte de nuestro equipaje, nos deleitamos muchísimo tiempo bañándonos con agua caliente y espumoso y oloroso jabón de tocador. ¡Que delicia, la civilización!, aseadítas y perfumadas salimos a recorrer la ciudad y a cenar en un restaurante típico donde la especialidad es la parrilla argentina con cordero, mientras comíamos disfrutamos del show que un cantor arrabalero y dos parejas de tango ofrecían a los comensales.
Con nuestras maletas en el aeropuerto internacional, se nos empañó un poco nuestra alegría ya que por motivos de huelga del personal de la aerolínea, los vuelos estaban atrasados o suspendidos, así felizmente, sólo porque a ellos les favorecía el armar revuelo ante la opinión pública para su causa. Debíamos estar en Caracas el viernes 11 y llegamos el domingo 13. Pero no importa éste desagradable incidente no bastó para borrar de nuestras mentes todo lo visto, admirado y vivido durante estos días pasados. Increíbles, extraños y maravillosos paisajes, congeniando con lugareños amables y cordiales, entre frío, nieve, vientos, ríos, lagos, montañas, estepas, bosques y glaciares y la inmensa satisfacción de compartirlo entre amigos.




















Nos vemos en la próxima,
Edilia C. de Borges
Fotografías: Juana Frontera de Fogel
Texto: Edilia C. de Borges

sábado, 30 de septiembre de 2006

El Misterioso Lago Leopoldo

Foto Gustavo Marcano



El Misterioso Lago Leopoldo
Septiembre 2006

Participantes: Marta Matos, Grisel Urdaneta, Edilia C. de Borges. Guía: Carlos Silva. Robinson Silva (motorista) y Martín Perdomo (porteador).
Fotografías: Marta Matos


Sentada alrededor de una fogata, por allá, perdida en un rincón a la orilla del majestuoso río Orinoco, a mis instancias por conocer nuevos sitios, oigo por primera vez de boca del taciturno amigo Carlos, indio piaroa y guía baquiano de ésta mi última expedición, un nombre mágico : “El Lago Leopoldo”. No agregó mucho, sin embargo con lo poco que dijo me fue suficiente para que yo en mi fuero interno dijese: ..Será mi próximo viaje..He de conocer este lago. Y así fue.
De regreso ya en Caracas, pasaron dos semanas y ya había entusiasmado a unas amigas y heme aquí que el día 7 de septiembre ya viajaba de nuevo al estado Amazonas, en compañía de ellas.
La logística de nuestro viaje era el navegar en una embarcación apropiada y caminar aún más entre la intrincada selva amazónica. Recorreríamos parte de la Reserva de Biosfera contentiva de valiosos recursos naturales renovables, especialmente hídricos y asiento de comunidades indígenas ancestrales. Recónditos parajes.

A las 9 de la mañana del día viernes ya estábamos embarcando en Pto. Samariapo. Éramos cinco, había que pasar buscando, río arriba, al porteador.
Esta vez nuestro bongo era más pequeño, pero más veloz- suficiente- bien pertrechado con alimentos, combustible, enseres y todo lo necesario. Partimos ya bien avanzada la mañana, eran las 10.45 y el sol calentaba con fuerza.
Nuestra primera parada fue en Calderos, a un costado del ancho río, escondida, una cascada nos atrae con promesas de frescor. Mientras Carlos prepara un ligero almuerzo, nosotras nos bañamos en el agua fría del río con lecho de lajas de piedras. Luego del refrescante baño y delicioso almuerzo, proseguimos la navegación por un largo tiempo hasta llegar al que sería nuestro primer campamento: Atubi, a orillas del río Autana. Noche tranquila y reparadora.


Al día siguiente ya a las 9 de la mañana navegábamos en busca de Martín y posteriormente en pos del Caño Manteco. (llamado así por un pez cuya cabeza tiene mucha grasa). Un laberinto de aguas dentro de una selva virgen no perturbada por el hombre. Los majestuosos árboles están por lo general bien espaciados y el matorral bastante diseminado como para permitir el paso a pié sin mayores problemas. Vana ilusión, sólo en verano tal vez, porque la vegetación de esta selva nublada no se resiente por los cambios estacionales de época lluvia-sequía. No, acá las nubes durante todo el año muestran un alto nivel de humedad.


Vamos en silencio apenas roto por ademanes señalizando algo, el sonido imperceptible del botón de las cámaras fotográficas, el ronroneo del motor, el chapoteo de un pez al saltar. El gran espejo de agua se rompe en círculos concéntricos cuando cae en ella una hoja. La magnitud del ambiente que nos rodea, cercados por todas partes por paredes vegetales impenetrables, a veces forman hasta un techo, lo angosto de la vía de agua apenas permite el paso. Crea en nosotras la idea de seres pigmeos ante la exuberante naturaleza.

Los árboles extienden sus ramas gruesas, Martín y Robinson se turnan con el machete y el hacha y desde la cubierta del bongo, cortan y abren un boquete para poder pasar la embarcación. Este clima lluvioso de selva típica amazónica, nos hace transpirar a chorros. Estamos pegajosas. Sumerjo la mano en el agua y con ella salpicó mi cara para aliviar un poco el calor. No se siente brisa, hay mucha sombra por suerte, pero el aire se detiene con la barrera vegetal.
Varias horas navegamos por aquel enmarañado caos. Algunas veces sorpresivamente caemos en una laguna ancha (le pusimos nombre a todas) para de nuevo volver a estrecharse el curso. Al fin salimos de allí. Navegamos todavía mucho tiempo más hasta que llegamos al Raudal de Merey, hasta acá solamente llega el bongo.

Los rápidos que comienzan desde aquí hasta mucho más arriba en el río, impide la navegación. Estamos muy lejos de la última churuata que vimos, nada sugiere la presencia del hombre. Ahora comienza la aventura que tanto he esperado, la caminata por la selva. Nuestro equipaje pesado se queda acá, bien resguardado en el bongo amarrado, fuera de la vista. Nos llevaremos sólo lo indispensable.
Mientras los compañeros recogen los enseres, nosotras nos equipamos con repelente, guantes, bastones, una fina gasa para proteger la cara de los “bichitos”. Parece que vamos a la guerra, y si a ver vamos así es, vamos a enfrentarnos con lo desconocido en aquella selva. Estamos, al menos yo, ansiosa y en expectativa de lo que podamos encontrar.
La senda, solamente visible para el guía, por un buen rato va a un costado del río, le oigo bramar en los rápidos (hay muchos y fuertes) o lo veo deslizar suavemente en aguas calmas, claro cuando la vegetación corta me lo permite .
Una hermosa flor roja (heliconia) solitaria, llama mi atención, destaca en las infinitas tonalidades de verdes que la rodean, solo rota a veces por trechos de arena rosada del terreno cerca del río. A veces serpenteamos pantanos donde se hunden nuestras botas, o cruzamos riachuelos que alimentan al gran río. Los animales son escasos. Una que otra mariposa, un leve pitido en lo alto de un árbol, sapitos mineros que saltan cual resortes.
El camino se sale del monte y brincamos ahora por sobre grandes piedras en la orilla del río y pasado esto, llegamos a la base de la montaña donde se esconde Leopoldo, el Caño Zorro, acá pernoctaremos. No es muy grande el espacio, pero “apretujaditos” nuestros chinchorros están confortables. Pegada a la piedra se “monta la cocina” y un poco más allá el dormitorio masculino.

Mientras “ellos” “acomodan los bártulos y cocinan”, nosotras bajamos al río, a la cascada. Escalonada y muy ancha, el piso de piedra está resbaladizo. Como “taras” saltamos de roca en roca y nos sentamos de espalda a los chorros de agua que nos masajean y revitalizan con energía. Que ricura de agua, que delicia. Si no me llaman para la cena, todavía estuviese allí….

Mohinas dejamos nuestro placer acuático y nos fuimos a dar fin a la caliente y apetitosa cena. Esa noche nuestro dormitorio tuvo como techo, la luna llena y las estrellas, el rumor del río fue la canción de cuna. Los piaroas saben muy bien, cuando no va a llover . Dulces sueños.
Después del desayuno y con mucha precaución atravesamos el río. Concentrada nuestra atención sobre el objetivo único de nuestra aventura: el lago. Aún mas intrincada la vegetación abruma y atosiga. Helechos se entremezclan con palmas, plantas epifitas con la decorativa familia de las orchidaceas, bromeliaceas de diferentes especies, que gracias a la conjunción de sus altas y erectas hojas facilitan la entrada y retención del agua de lluvia, formando una jarra que en ocasiones ha servido para sacar de apuros a sedientos caminantes.
Caminamos y caminamos selva, agua, selva. Trechos planos que van ascendiendo lentamente. En la subida piso con cuidado para no caer en las grietas entre piedras y piedras en que se ha transformado el sendero. Llegamos a lo alto de un desfiladero, allí como adrede, unas rocas son asiento de palco principal para el espectáculo que se nos presenta: Premio Mayor. Desde donde estamos la vista del lago es espectacular, emocionante. Cual en un cráter el lago es una verdadera joya esmeralda estrujada en un estuche de terciopelo. Brilla irisdicente. Desde lo alto del desfiladero contemplo con estupor extasiado aquella bellezura en todo su esplendor.

Es el único de la Cuenca del río Cuao, exceptuando las lagunas alargadas o en forma de herradura que forman algunos meandros. Se descubrió durante una expedición patrocinada por el rey Leopoldo de Bélgica hacen mas de 50 años. Aproximadamente tiene 400 m. de longitud por 270 de ancho. Hasta posee una palma con su nombre: la famosa Leopoldina piassava, chiquichiqui , 1952. Que se sepa solo algunas expediciones científicas extranjera una y venezolanas otras, han llegado hasta ahí y han logrado hacer mediciones , en medio, el lago tiene 84 m. de profundidad, han retirado muestras botánicas etnólogos, biólogos, geógrafos. Sus aguas son consideradas muertas, por no haber allí peces de gran tamaño. Se alimenta y escurre subterráneamente, a la vista no se aprecia afluente alguno.

Nuestro deseo de tocar el agua, nos impulsa a bajar rapidamente el ultimo trecho. La bajada es pronunciada hasta llegar al “hotel” de piedra. Es el único sitio donde podremos montar el campamento resguardado y sin peligro. Un pasaje largo y estrecho, atrás altas paredes de roca, cuyos salientes firman un techo y su oquedad una cueva poco profunda. Limpio de vegetación. Existen unas vigas de troncos de árboles que sirven para colgar los chinchorros, Carlos las colocó en viaje anterior. Una nube de abejas amarillas, cubre mi camisa obscura y mi morral formando densos pegostes, para chupar el sudor perfumado. Molesta su ruido, pero no dañan. Acá solo llegan y acampan los visitantes mas corajudos.
Depositamos nuestros morrales en el suelo y siguiendo a Carlos nos apresuramos a bajar el dificultoso y abrupto barranco, que nos lleva a la anhelada orilla del lago. Con seguridad caminamos por sobre piedras grandes de la orilla. Subimos y bajamos, las rodeamos y al fin la dicha, nos abandona el guía. Es una muy angosta franja de arena rosada. Parcela del paraíso. La majestuosidad del sitio me abruma y desconcierta. Aguas tibias color de té, custodiadas por grandes rocas negras que emergen cual centinelas y forman un circulo no enmoldado en arenas rojizas de la mas fina especie.
Retumba el eco de la alharaca que forman las guacharacas en lo alto de los acantilados que lo rodean,. No las veo.

Cautelosamente nos adentramos en el agua, no se ve donde pisamos y se nos dijo que el piso plano cae de repente en profundidad. Me acuesto en el agua e increíblemente al cerrar los ojos y mientras el agua acaricia mi cuerpo, siento una paz infinita, pareciera que la mano de los dioses me tocara. No hay forma alguna de explicarlo. Una sensación de vida intensa, siento el correr de mi sangre por las venas. Así de bella debe ser la muerte.
Pero de repente el encanto se rompe, pareciera que el lago no quiere que interrumpan su quietud. Inusitadamente el tiempo cambia, el sol inclemente que caía se troca en cielo oscuro .Las aguas se revuelven con fiereza. Nosotras sorprendidas y asustadas, salimos de ellas. Tropezando y corriendo trepamos la cuesta hasta llegar sin aliento al campamento. El viento silba con fuerza y sopla con mas fuerza aun. Las hojas de los árboles se mueven cual fantasmas. Un bando de mariposas amarillas vuela atemorizadas. Nos cambiamos las ropas mojadas y sentadas en los chinchorros observamos la salvaje e imponente belleza de la fuerte lluvia, bajo la mirada seria de los amigos piaroas. Han desaparecido las abejas. Un caliente café nos trae a la realidad. La tormenta amaina.
Una breve cena y nos dispusimos a dormir. Esa noche hasta la luna se asustó. Se escondió.
La mañana amaneció tranquila. El regreso personalmente se me hizo muy corto, por tantos pensamientos que rondaban en mi mente. Emoción, misterios, preguntas, dudas, sorpresas, muchos porqués, dónde, cómo, cuándo. Sentimientos que se conjugaban para acreditarme que tuve la oportunidad de conocer al Leopoldo, el lago Leopoldo que me cautivó y me intrigó desde el principio.

Volveré, claro que volveré.
Nos vemos en la próxima,
Edilia C. de Borges


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martes, 22 de agosto de 2006

AVENTURA EN AMAZONAS

AVENTURA EN AMAZONAS
3/13 Agosto 2006.
Participantes: Corina Fortoul, Adriana Boccalon, Javier Mesa (fotográfo naturalista), Carlos Silva y Miguel Navarro (guías Piaroas), Edilia C. de Borges. Asesor:Alberto Blanco.
Fotografías: Adriana Boccalon, Corina Fortoul y Edilia C. de Borges.

Lo ignoto siempre ha sido para mí como un imán, así que me dejo llevar por mis emociones una vez más y concibo un viaje que colme mis ansias en éste sentido. Y nada mejor para ello que internarme en la alfombra verde e infinita de la selva amazónica, en la más remota frontera del país. Invito a unas a amigas a participar contagiándoles de mi entusiasmo. Ahora sólo resta revisar mapas, buscar asesoramiento, solicitar contactos, investigar transportes y ya, tenemos en negro y blanco un itinerario interesante. Tendremos siete días para ejecutarlo.
JUEVES 3:
Son las 7.30 p.m., nos encontramos en el terminal de autobuses de La Bandera. Luego de sortear aquél “mercado persa” de gente viajera y de forcejear con nuestros bártulos para que cupiesen en el reducido espacio maletero de un armatoste remedo de “bus-cama ejecutivo” (única línea que viaja a nuestro destino en el Edo. Amazonas), al fin logramos instalarnos en sus no muy cómodos asientos, respiramos hondamente, secamos el sudor de la frente y suspiramos profundamente con la esperanza de tener un viaje tranquilo que nos permita dormir durante el trayecto. Vana ilusión. La población flotante en Caracas se moviliza a sus terruños de origen y por ello el tráfico de vehículos de todo tipo es abundante. Para llegar al primer peaje de la salida de la ciudad y así después de éste muchos otros, las “colas” son largas y monótonas.
Con nosotros también viaja un grupo de religiosos de no sé que secta, que les da por “desentonar” himnos y contar parábolas e historias..Me digo para mis adentros: Ya se cansarán, paciencia que el sueño les vencerá y se callarán. Un poco tarde , pero así sucedió. Corina y yo, matamos el tiempo en una conversa amena y agotados los temas decidimos dormir.
Ni cuenta me dí cuando pasamos el Edo. Guárico y ahora en Apure me despierto. Llegamos al primer pase del río: Puerto Páez sobre el Orinoco, hay que atravesarlo en una gabarra. Es período de lluvia y la inundación es muy grande. Es difícil el acceso al embarcadero. La cola de vehículos se extiende por kms., la capacidad de la gabarra es pequeña, así que la espera se alarga en casi 2 horas, aún cuando la prioridad de subir es para los autobuses con pasajeros. Sólo dos o cuatro ranchos donde expenden chucherías, empanadas, refrescos y café “cerrero” para engañar el hambre y distraer a la gente. Una mesa y dos guardias nacionales que impávidos tratan de penetrar la oscuridad con la mirada. No se ve nada alrededor mío cuando ya estamos sobre el agua, menos mal que la travesía es corta, porque el sólo oír el chapoteo y ronroneo del motor me intranquiliza.
Ya en la orilla subimos al autobús de nuevo. Esta odisea con intervalos aproximados a los 45 minutos se repetirá dos veces más esta noche. Todo esto retrasa nuestro viaje por mucho tiempo.
VIERNES 4:
Al fin llegamos a la capital del estado: Puerto Ayacucho. Son casi las 11 de la mañana. Allí en el terminal de autobuses oigo que alguien me llama por mi nombre. Volteo y en un pretil sentada, con toda la paciencia de Job retratada en su rostro, está nuestra otra compañera de viaje: Adriana. Desde las 8 am., está aquí procedente de Puerto Ordaz donde reside. Ahora somos Corina, Adriana, Javier (el fotógrafo) y yo.
Reunidos los cuatro, se nos acerca un señor jovial y atento: Henry, el operador turístico y detrás de él Carlos y Miguel, jóvenes muy serios. Su perfil indígena los identifica, nuestros guías en la selva. Se carga el equipaje en el anexo de la confortable camioneta donde subimos nosotros rumbo al puerto de Samariapo, dista 1 hora.
Desde la carretera podemos admirar el monumento natural “Piedra de la Tortuga”, roca de granito de formación zoomórfica con vegetación litófila, semejante a una gran tortuga.
Puerto Samariapo: 12 am. Una explosión de luz y calor nos recibe. Vibra el entorno con el movimiento constante de los hombres, en su mayoría ocupados en acarrear víveres, enseres, materiales, variada mercancía, en los aparentes frágiles “curiaras o bongos”, lo más popular en transporte en el intercambio comercial entre Amazonas y Bolívar.
Se impone la presencia de representantes de grupos étnicos como Guahibo, Piaroas y uno que otro Yekuana y Yanomami. Dialectos secos, rápidos, sonoros y cortos se entremezclan con el pronunciar altanero del porteño.
El puerto de embarque es pequeño para tantas embarcaciones: lanchas voladoras, curiarias grandes y pequeñas (éstas son prácticamente el medio de vida en el territorio), en ella se pesca, se transportan productos, se hacen visitas a comunidades cercanas o se emprenden largas expediciones.
Bajamos de la camioneta y mientras se ultiman los detalles embarcando todo lo necesario para nuestro viaje, los pasajeros nos refugiamos en un rinconcito de sombra y bebemos refrescos fríos y tomamos fotografías. Ya todo listo en nuestro bongo con poderoso motor fuera de borda. Una foto de todo el grupo antes de partir. Desde la orilla Henry nos despide y suavemente comenzamos a navegar por las aguas cenagosas y aceitosas. Plácida y rápidamente comenzamos a remontarlo. Sabrosos emparedados y jugo bien frío con gentileza nos ofrece Carlos. Miguel es el experto motorista, tendrá esta tarea mientras dure la travesía.
Todos estamos en silencio, ensimismados, abstraídos, absortos en nuestros pensamientos y en el paisaje. Un océano viviente de vegetación y aguas, que cubre y ahoga todo cerro, roca, risco. Es un vértice primitivo que vive en los confines de la civilización.
Transcurrida al menos 1 hora, Carlos nos ofrece un refrescante baño en una ensenada formada por grandes rocas y arena de piedras molidas muy finas. Está fresca el agua, un buen rato disfrutamos del gratificante placer.

Navegamos por cuatro horas hasta llegar al que sería nuestro primer campamento: “Barranco Tonina” cerca de una comunidad indígena del mismo nombre ubicada en lo alto de un profundo barranco frente al río, pero que con la crecida del mismo, en estos momentos se encuentra al nivel de él. El barranco desapareció. El campamento está bien construido, se trata de 3 caneyes amplios separados entre sí que hacen función de comedor, cocina y dormitorio. Incluso bastante apartado un rústico y discreto baño.
Está algo retirado del río, trasladamos nuestras cosas y mientras cuelgan nuestros chinchorros y mosquiteros (hay bastante plaga) y preparan la cena, nosotras las damas, aprovechamos de darnos un chapuzón cerca de donde se ancló el bongo.
Una muy rica cena y la sobremesa aderezada con la conversación de anécdotas y cuentos del Sr. Martín, (etnia Piaroa, dueño del campamento). Nos habla de los juegos deportivos que se celebran en esos días entre comunidades, de las plantas que ha sembrado (nos las enseña) y nos previene de la aparición brusca del “camisa rayada”, inferimos que es un tigre o cunaguaro..¡Sustote!. Su amena conversa se termina, es tarde y nosotros nos “enchinchorramos” para dormir toda la noche tranquilamente, aunque… de reojo en la oscuridad tratamos de vislumbrar los brillantes ojos del “carnicero asesino camisa rayada”.
SABADO 5:
Llovía mucho esta mañana. Javier se levantó temprano a fotografiar. Desayunamos en el bongo. Ya reposados, Carlos y otro amigo reclutado en la comunidad cercana nos guían en nuestra primera caminata por la selva. En fila nos adentramos en ella. El escenario que nos recibe es maravilloso en su penumbra color esmeralda. Hay muchísima humedad y pronto el ejercicio nos hace sudar profusamente. Columnas gigantes de árboles, murmullos de riachuelos, chapoteo de pisadas en lodazales, sinfonía de ramas y hojas al besarlas la brisa, croar de ranas y sapos, canto de pájaros invisibles. Bulle de vida el ambiente.

A cada instante nos detenemos para observar un insecto, una planta, una flor, una mariposa. Javier fotografía a cada momento y nosotras le imitamos. Caminamos bajo un dosel de hojas secas.
Termina el camino plano y comenzamos a ascender hasta llegar a unas formaciones pétreas cubiertas de epifitas, lianas y musgos. Le llaman “Cerro El León”. Las rocas grandes y altas se sobreponen, forman grutas que apenas alcanzo a avistar. Con cuidado vamos trepando con ayuda de los compañeros, en breve tiempo estamos ya en la cima, en “El Mirador de El León”. Área despejada de vegetación alta, podemos observar el extenso y hermoso paisaje circundante. Desde acá el río es una corriente brillante aquietada por el sopor.
El sol nos castiga con fiereza, no hay sombra alguna. Merendamos fruta y bebemos de nuestras cantimploras. Luego de un buen rato de contemplación, bajamos al campamento . Otro bañito en el río para refrescarnos. Sabroso almuerzo tardío preparado esta vez por Miguel y luego con nuestros peroles de vuelta al bongo, proseguimos la navegación.
Detenemos el bongo en un sitio imponente. Desde la orilla del río donde nos encontramos hasta arriba donde llega la vista, podemos ver irguiéndose verticales, cuadradas y redondas, majestuosas, grandes rocas negras...Este sitio lo llaman Piedras Tinajas. Rocas negras, que dicen son sagradas y místicas. Contemplo estos centinelas inmortales. Bajo del bongo sólo para sentir bajo mis pies la dureza y el calor de la piedra. Me estremezco al asociar la sensación física con la idea de lo sagrado y esotérico...
¿En qué momento pasamos Isla Ratón?, ¿Cuándo abandonamos el río Orinoco y entramos en el Sipapo? no sé. Ahora vamos a la Laguna de Mapuey, es un caserío pequeño donde vive la familia de Carlos. Está feliz de visitarlos, nos reciben con alborozo y alegría, niños y hombres, las mujeres no se ven. La creciente del río es enorme, varamos el bongo. Bajamos, el limo y las hojas descompuestas acumuladas en la orilla me hacen desagradable caminar descalza. Retirada de la laguna, se encuentran las churuatas de los lugareños y el campamento. Éste es espacioso y cómodo, se cuelgan los chinchorros y se instala la cocina, hay mesa y bancos de madera sin tallar y áreas con alfombras de moriche trenzado para colocar los morrales. Nos visitan los niños, entre ellas una preciosa niña de 4 años que parece el juguete de los demás, es la única hembra. Carlos conoce a un hermanito recién llegado al mundo, de sólo un mes.
Pronto se hace noche. Nos alumbramos con luz artificial alimentada con gas y con nuestras linternas. Cena y nos acostamos temprano. Esa noche fue de pesadilla, porque me enfermé a consecuencia de algún alimento o bebida, con bemoles, perduró hasta después de haber regresado a Caracas.
DOMINGO 6:
Un cigarrón impide que Corina salga del chinchorro esa mañana, la saluda por fuera del mosquitero y da vueltas y más vueltas, hasta que se cansa de que no lo tomen en cuenta y se retira. Desde antes de salir el sol, Javier salió a fotografiar. El rico aroma del desayuno nos invita a la mesa. Presente Javier, todos salimos a nuestra caminata de ese día. Saliendo del campamento por la parte trasera del caserío debemos llegar atravesando la selva hasta el Mirador de Mapuey, para retornar después por otro camino. Se nos informa de la gran invasión de zancudos por los sitios que caminaremos así que sacamos nuestros “velos de novia”, que impedirán el acceso directo de estos “bichitos” a nuestra preciada piel de la cara.. Apenas dejamos el área limpia del caserío y entramos al “monte”, el acoso brutal de los “mísiles vivientes” es aterrador. Sólo un resquicio de piel descubierta y lo toman por asalto. Los “zzzzz” de su zumbido me marean cuando pasan cera de los oídos.

Al principio la humedad no es mucha, pero a medida que nos internamos en la selva, el techo de las copas de los árboles se cierra y al sol se le dificulta penetrar. Secuelas de los chubascos frecuentes, el suelo está cubierto de ripio y muchas hojas secas. Encima de una rama, casi camuflajeada en ella, una larga serpiente lora. En el hueco de la raíz de un árbol, una tarántula se asoma empujada por el palito que Carlos introduce en él, sapitos mineros pequeñitos saltan, sus colores verde y negro, o amarillo y negro fosforescente refulgen, una mariposa grande y azul, coquetea en el aire frente a nosotros. En determinado momento Carlos se detiene , revuelve con un palo un túmulo de tierra amarilla al pié de un árbol, de inmediato salen de él dos grandes hormigas negras (3 cms) se mueven inquietas para detectar al enemigo. Son las temidas “3x24” como las llaman los Piaroas. Su veneno es mortal, si se recibe en gran cantidad. Por allí pasamos “volando” casi. Uno de los acompañantes de repente se “nos pierde”, sin distinguirlo pero cerca, oímos el sonido de las perdigones de su escopeta, y los ladridos de su perro, ello nos dio certeza que había cazado a un “picure”.
Carlos hace un limpio corte a la corteza de un árbol, de él “llora” una resina blanca, es el “Caucho Evea” antaño muy explotado y comercializado como recurso forestal. Distingo Yagrumo, Guamo, Congrio, Zapatero, Palmas. Salimos de la enrevesada vegetación y ahora estamos en una zona muy ancha y larga de piedra rugosa, que va en ascenso leve hasta llegar a una colina alta. Es el Mirador de Mapuey. Una vista hermosísima se divisa desde allí. Vemos el tepuy Autana y el río de su mismo nombre Pero la cantidad de “bichitos” es tal que apenas tenemos tiempo de hacer alguna fotografía y rápido descender de allí. Retomamos un camino por la selva húmeda . Carlos me detiene, se aleja un poco y con el machete corta una gruesa liana, me la entrega y me indica que beba de la parte cortada, succiono allí y maravilla, es deliciosa agua fresca lo que bebo, inodora, incolora pero no insípida tiene un lejano sabor dulzón. Pero como quita la sed. Proseguimos la marcha hasta llegar a un conuco abandonado. Una choza de palmas de Mavaco cerrada. La utilizan como refugio o para guardar implementos cuando los habitantes del caserío laboran por allí.
Descansamos un poco, comemos algunas naranjas y mandarinas y seguimos nuestro camino que nos devuelve al campamento. Sudadas cual esclavas egipcias, fuimos a bañarnos en un pozo del río cercano, dentro de la selva. Tuvimos un desafío mortal con los zancudos a ver quien se desvestía más rápido y se lanzaba al agua o a quien mataban antes los zancudos. Fue un baño de inmersión profunda, tipo caimán, con sólo los ojos y la nariz fuera del líquido, ni siquiera podíamos sacar una mano, porque “zuás” se llenaba de bichos picantes. Pobrecitos ¿Desde cuando no saboreaban el néctar sanguíneo citadino?..Salí fresca del agua, pero con dos chichones rojos de picadas en la frente, parecía que estuviera “cornuda”.
Almorzamos y descansamos esperando que bajara el sol. Ya cerca de las 5 de la tarde, con morral de ataque salimos del campamento, atravesamos el pozo de las “torturas” donde nos habíamos bañado más temprano y seguimos por la selva de nuevo . El sendero plano se hizo pendiente y nos llevó hasta el alto de una colina también toda roca negra. Javier nos informa que son del período pre-cámbrico que el color negro se debe a materia orgánica: Cianobacteria Stgnema Panniforme. Además que el color negro de las aguas que hemos visto todo el tiempo se debe al Tanino Umico que contiene.
Este sitio se llama "Laguna de Camino", y hay allí una laguna de color verde esmeralda que refleja el atardecer, rodeada de altas palmas e intrincada vegetación, atrás el Tepuy Autana y más atrás aún otras formaciones montañosas. Los hermanitos menores de Carlos sacuden un arbusto y de cerca de las raíces, escondidas, sacan a mano limpia, dos enormes y repulsivas lombrices rosadas, que a mi me parecen culebras. Las utilizan de carnada para la pesca. Vamos a un sitio casi escondido, allí sobre una gran piedra aún se pueden distinguir los vestigios de un antiguo petroglifo. Tiene forma de rana acostada con las patas extendidas y una gran cola, muy grande...¿Quién lo dibujó, cuándo, cómo, con qué?... Misterio.
Regresamos con Javier al punto más alto de la roca, donde se instaló y nos invita a esperar con paciencia el anochecer, quiere fotografiar el efecto de la luz lunar sobre el tepuy Autana. Ya entrada la noche nos retiramos con luz de nuestras linternas, la luna se ocultó. No me agrada mucho caminar de noche y menos por la selva..Atravesar el río en esas circunstancias es para mi aterrador y lo peor es que estaba réquete-fría.
Por ese día sólo nos quedaba la rica cena y a dormir.
LUNES 7:
Desayuno, nos despedimos de nuestros gentiles anfitriones y a navegar de nuevo por el río Autana.

Mirando a los lados y al frente, la vista se nos pierde en el verde horizonte infinito que es la selva amazónica. Excepto un pájaro que vuela alto, pareciera que no hubiese vida en ella. Navegar por esta bellísima avenida negra y ondulada es toda una deliciosa experiencia. Una tonina juguetea en el río delante de nosotros. Entramos a un gran túnel vegetal, se estrecha la cinta de agua que apenas se mueve con el roce del botalón. Es tan estática el agua que es un perfecto espejo que refleja el entorno. Javier se deleita tomando fotos acá.
Continuamos en la cuenca del río Autana. Ahora vamos rumbo al campamento Raudal de Pereza. El río aquí en torbellino enfurecido, presenta una nubada en forma de llovizna. Brama cuando las aguas chocan entre sí o con las rocas inundadas, se levantan en olas granizadas de mil colores, resplandecen al sol.
Unos metros antes de llegar a él, se orilla el bongo en un rincón donde el agua está semi-tranquila, cerca del caney donde dormiremos. Éste está lejos de la orilla del río, encima de una colina. Se cocinará en el bongo para no trasladar los utensilios sólo por una noche. El sol está calentando con fuerza y los “puri-puri”están enojados. Me hago un baño de “asiento” en un huequito alejado de la corriente fortísima. En compañía de Adriana le sigo los pasos a Javier que fue hacia la parte donde se ven los raudales más cerca. Saltando de una a otra roca, en un momento, pierdo pié y caigo en un canal, donde el agua en ese momento es muy bajita, pero justo al caer un reflujo de agua lo inunda con gran estrépito arrollante, sube el nivel y me arrastra, como puedo me sostengo de mi bastón y grito pidiendo ayuda. Adriana me ve, se viene resbalando, sin embargo como puede y con valor y solidaridad, atrapa la punta de mi bastón y me hala con bríos. Momentos de tensión de “tira y encoge” donde la adrenalina impera. Con su gran valiosa ayuda salgo del trance y nos abrazamos, los corazones no palpitan, galopan. El gran susto pasó. Hubiera podido llegar a Puerto Ayacucho en la navegación veloz de primera clase.
Contemplación y fotografía, se nos une Corina y decidimos bañarnos, pero bien lejos del brioso río, lo hacemos en un canal ancho de los muchos que se escurren por todos lados, una piscina natural.
Después de almorzar nos vamos de caminata por 3 horas por la densa selva virgen, es una rica mina botánica, un espectáculo multicolor, bellísimas bromelias, orquídeas fabulosas como la “Superba del Orinoco”, lo que engalana esta travesía. Recojo semillas con ayuda de mis amigos y muchas muestras para un amigo botánico. En nuestra ausencia otros turistas han llegado al campamento, pero vienen de paso, no se quedarán.
Mientras esperamos la cena, Carlos nos lleva a un mirador cercano, en la piedra más alta que hay en ese sitio, vemos el atardecer espectacular. Ya que estábamos cerca del lugar donde hicimos el baño esta mañana, pues lo repetimos.
MARTES 8:
Desayuno y navegamos ahora al revés, río bajo hacia el campamento Ceguera, acá hay una comunidad indígena. Ubicada frente al Tepuy Autana. Nos damos “banquete” fotografiándolo desde todos los ángulos. La creciente del río ha tapado la enorme y hermosa laja de piedra, que en verano forma una playa en sus orillas de arenas rosadas. Hoy el caney donde nos alojamos ha quedado casi a las márgenes del río, con la toma de playa del río. Hay mucho calor, pero acá no me apetece el baño, no me terminan de agradar esas aguas oscuras. Pasé lo que restó de la tarde leyendo, observando los alrededores y a las muchas embarcaciones que llegan o pasan levando o trayendo gente. Hay mucho movimiento de turistas. Encuentro muy grato con un amigo, Elbis quien fue mi guía en pasada excusión a la Serranía del Cuao. Al atardecer desafiando la nube de zancudos, subo a una curiara pequeña con Miguel, él ceba un anzuelo y me lo entrega, casi de inmediato el sedal se pone tirante y comienza a halar, mis manos parecen cortarse con la velocidad con que corre el sedal por ellas, grito y grito con emoción porque “aquél monstruo” me quiere tirar al agua, Miguel me sostiene por los hombros y luego entre los dos sacamos el trofeo: un hermoso bagre rayado de 3 kilos...Susto, que pelúo. En el piso de la curiara se ahoga sin aire, me da dolor ahora. Miguel dice que es un ejemplar muy solicitado porque es “fino” y sabroso..Yo como no como pescado, no sé si dice la verdad, pero sí se comprobó. Fue la cena y a todos gustó. Volví a echar el anzuelo, pero esta vez un “bichote” lo cortó limpiamente...Hasta ahí la pesca.
MIERCOLES 9:
Después de desayuno, Carlos con el amigo Alberto, en una curiara pequeña y angosta nos lleva y atravesamos el río Autana con destino al Cerro Uripicay, desde su cima se puede ver el tepuy lo más cerca posible. La curiara dejó el río principal y se internó por una brecha en la selva inundada por un trecho largo, hasta que no pudo navegar más. Nos bajamos con el agua a los tobillos. Caminamos chapoteando detrás de Carlos, pongo los pies donde él los coloca, no sea que me muerda una anaconda o un temblador me electrifique. Está muy fresco aquí, por todas partes nos cierra el paso la vegetación. Carlos machetea aquí y allá. El entorno es precioso, el olor rico a humus, a flores, efluvios suaves y fuertes. Como el terreno comienza a empinarse el suelo ya sólo está mojado, no hay agua a borbotones. Una bella hondonada con un riachuelo de aguas oscuras, casi negras. Serían casi 3 horas de subida por aquella inmensidad de selva, y de sorpresa estamos en una zona despejada, árida, con el sol cayendo “a pico”, es la antesala del mirador que está todavía mas arriba..Trepo este sendero de rocas casi a “gatas”, un esfuerzo más, me digo, agarrándome de la roca logro conquistar la cima en poco tiempo, allí se encuentra desde hace rato Corina. ¡Whuaooo!. Que espectáculo. Corina semeja una diosa sentada en su trono de piedra, detrás de ella el vacío y la selva profunda y de telón de fondo el imponente Autana.

Me concentro sobre el objetivo principal en esta mañana, contemplar de cerca el tepuy, con 1.300 metros de altura, se ubica al este del Padre de los Ríos, el Orinoco y entre los ríos Cuao y Autana. ¡Que emocionante estar allí! La montaña sagrada, así lo llaman los indígenas. Este espectacular cerro se eleva como una gigantesca torre. En su base la vegetación endémica es escasa. Un banco de nubes oculta su cima, pero igual rápido se despeja, sus paredes de piedra están húmedas o cubiertas de pélicula constante de agua que desciende desde su pico al suelo. A lo lejos puedo ver el campamento Ceguera, las vueltas y revueltas del río. Transcurre el tiempo y no nos damos cuenta, sentada en la hierba no me canso de mirar y admirar tanta bellezura. Sólo el sol canicular e inclemente me devuelve a la realidad. Es hora de descender. Lo hago con sumo cuidado y a veces hasta con la técnica del “culi-cross”. Dejo a mis compañeros arriba porque así lo quieren y acompañada de Alberto me devuelvo por el mismo sendero. Los pasos ahora son más rápidos. El calor sofoca. Nos desviamos del sendero en algún punto, por allí escondido entre plantas y piedras corre un riachuelo formando varias pozas. El agua es cristalina y fría, la arena y las piedrecillas del fondo se ven detalladamente. ¡Que delicia! Buen rato estuvimos allí, nos alcanzan los amigos, todos seguimos caminando hasta donde nos espera Miguel y la curiara . Regresamos al campamento.
Esa noche fue bellisima y terrorífica. Desde la tarde se anunciaba tormenta en el cielo, grises nubarrones tapaban al sol, comenzó a llover primero suave, pero ya en la noche se oyeron truenos muy fuertes. Eran las 11 y tantas de la noche, acostadas en los chinchorros, el ruido del agua azotando impiadadamente el techo de palma del caney, el viento se oía silbar y hacía “volar” las cosas que no estaban sujetas a algo, el agua del río se oía “rugir” furioso, yo temía que se desbordara y alcanzara nuestro refugio . Retumban y ensordecen cada vez más los truenos, la lluvia arrecia. Rayos y centellas aparecen y desaparecen con rapidez. Nuestros guías nos vigilan, así como al bongo que previsores amarraron muy bien, pero que puede irse a la deriva. Evaluán la situación. El techo trenzado de palmas es impermeable. En un destello de luz, en un rincón veo a Javier en cuclillas, con sus cámaras, captando todo lo que la naturaleza indómita le ofrece. Estuvo en ello hasta la 1 de la madrugada.
En la mañana todo tranquilo y en calma. De la noche anterior sólo quedan destrozos en las orillas del río. Volvemos a navegar, nos detenemos a conocer y a comprar refrescos en la comunidad de Pendare (capital del Dto. Autana). Está muy visitada, han concluído los juegos y la gente está por allí celebrando. Pasadas cuatro horas llegamos a nuestro último campamento en ese viaje: Manaca.
Personalmente de todos los campamentos es éste, el que más me ha gustado. Situado en lo alto de una colina, no muy cerca del río. Hay un amplio caney y una churuata unidos. Delante de ellos 2 bancos de troncos, para disfrutar el paisaje. Estamos en una curva del río. Hay bastante tráfico hoy subiendo y bajando por éste. Después de instalarnos y almorzar, Carlos nos invita al “tobogán del río”.

Apenas son unos 15 minutos de allí. Nos internamos por la selva, ascendemos una cuesta fangosa, pasamos varias rocas grandes y allí está: Por sobre un lecho de piedra rojiza corre un riachuelo rápido, no caudaloso. Se desliza en escalones y caen en una “piscina” preciosa bastante grande. Allí nos bañamos, incluso nadamos un poco porque tiene una parte algo profunda. El agua traslúcida nos permite observar cualquier detalle del lecho. Por sobre mi muslos nadan impasibles unos peces medio grandecitos, pican duro. Lástima que hay profusión de zancudos. Tenemos que colocarnos nuestros velos de novia en la cabeza, lo único que tenemos fuera del agua. Si desvestirnos fue una odisea, el vestirnos fue una batalla, evitando el ataque en masa ahora de unas pequeñas avispitas amarillas, molestosas. La ropa oscura, sobre todo la negra, están cubiertas totalmente de estos insectos.
Moviéndonos cual veletas dislocadas, salimos de allí corriendo.
De improviso se desata un aguacero tremendo. Javier se ha distanciado y lo buscamos con inquietud, acá es muy fácil extraviarse, no hay camino alguno, se camina por entre y sobre las rocas, y ellas son grandes y casi iguales a mi vista. Sólo el guía sabe como encontrarlo. Suspiro, llega Javier. El bajar se ha tornado bastante difícil, las rocas con el agua son traidoramente resbalosas, pasamos con cautela y aún así caemos. Decido bajar a “sentadillas”. Con esa técnica logramos atravesar la zona “pelúa” y llegar al senderito de tierra y al campamento.
En la noche ya escampado, Carlos nos alegra la vida encendiendo una fogata cerca de nosotras sentadas en el banco, en el saltarin fuego asamos salchichas ensartadas en palitos ¡Rico!.

Crujen las maderas y emanan un fragante olor. Allí mismo cenamos y con los últimos vestigios de la madera quemada nos dormimos.
JUEVES 10:
Me quedo descansando en el chinchorro mientras mis amigos vuelven al tobogán...Filósofa pienso sobre “la vida dura que estoy llevando” en este instante.
Todo el equipaje ya embarcado, regresan los compañeros y de nuevo a navegar.
Carlos nos tiene la última grata sorpresa, enrumba el bongo hacia un costado del río, allí semitapada por la vegetación encontramos otra cascadita, “Los Caracoles” le llaman. El agua corre de baja altura por una ancha bajada de piedra, las aguas claras se reunen en un amplio pozo. “la bañera está lista”. Almorzamos en el mismo sitio y ahora sí, el definitivo retorno a Samariapo.
En algún momento las aguas obscuras se cambian amarillentas, y es que volvemos a navegar por el Orinoco. En tres horas estamos en el puerto. Nos espera Henry con la camioneta. Se desembarcan y cargan los bártulos del bongo a ésta y decimos adios con nostalgia a la zona. Rumbo a Puerto Ayacucho.
Nos hospedamos en un simpático hotel hasta el día siguiente. ¡Que felicidad dormir en un mullido colchón!
VIERNES 11:
Aprovechamos el día para hacer algunas diligencias personales, ir al mercado artesanal indígena, al mueso etnológico. Más tarde Henry fue por nosotras y nos llevó al ” Tobogán de la Selva” sitio turístico donde el río fue acondicionado e integrado al paisaje en una estructura de parque recreacional. No me emociona mucho. En la tardecita, después, un gran chaparrón de agua, ya estábamos en el terminal, nuestro autobús salía para Caracas a las 7 de la noche.
Nos despedimos de Adriana que saldría mas tarde para Puerto Ordaz.
Esta vez el viaje fue rápido, en las gabarras tuvimos paso franco, sin embargo al llegar a San Juan de los Morros, había un atasque de tráfico donde esperamos 1 ½ hora y al fin nuestro chofér se dio la vuelta y tomó otra vía, que obviamente nos retrasó el viaje de nuevo.
SABADO 12:
Son las 10 de la mañana, llegamos a Caracas...Sanos, salvos y felices. Otra gran aventura, nos vemos en la próxima.